Desde hace varias décadas, como sostiene el politólogo Ezequiel Ipar de quien tomamos las ideas para la siguiente reflexión, los ideólogos de la nueva derecha vienen elaborando un pensamiento que rechaza la igualdad, la pluralidad, la democracia e incluso los derechos humanos. Esta ideología usada por Trump, Bolsonaro y Milei, por poner un ejemplo, desacredita los valores liberales realzando postulados racistas, antisemitas y antidemocráticos. La vuelta de estas ideas cargadas de historias trágicas -guerras, genocidios, dictaduras, desapariciones…- es alimentada por causas similares a las que las hicieron nacer. Primero por las recurrentes crisis económicas que padecemos que producen desazón e intranquilidad pues la gente siente miedo a perder su empleos y estatus. Segundo porque existen ideologías e intereses políticos, económicos y judiciales que están dispuestos a saltarse los límites de la institucionalidad democrática. Y por último, la falta de narrativas alternativas. Como no existe un relato que interprete de otra manera el malestar social los discursos de la intolerancia se imponen.

Estamos inmersos también en una crisis política crónica que provoca el descreimiento en los partidos. La postpandemia trajo inestabilidad al igual que las actuales guerras de Europa, Oriente Medio y África, por no mencionar la grave crisis ambiental en la que vivimos. Todo unido nos hace sentir la vulnerabilidad de la economía globalizada. En este complejo contexto se juzga el actuar de los partidos políticos pues su función es enfrentar las contingencias del sistema económico, institucional y los desafíos sociales, pero cuando analizamos los resultados, sin duda, son deficitarios. Los partidos no solo fracasan sino que automatizan respuestas para enfrentar la crisis donde el fracaso se normaliza. Entonces se adopta la idea de que no hay nada que ofrecer y que el sistema es tan complejo y la crisis tan grave que la única alternativa posible es aplicar paliativos sin plantear buscar soluciones estructurales, algo mucho más grave que el fracaso puntual por resolver algún problema. Esta situación alimenta la desafección y la incredulidad hacia los partidos.

Aunque las narrativas de la derecha presentan contradicciones que hacen peligrar la democracia consiguen adhesión y logran movilizar a grandes sectores de población. La aceptación de esta contradicción se entiende de dos formas. La primera es que estas ideas nunca se elaboraron para satisfacer intereses materiales de los destinatarios de sus discursos. Son ideas que no garantizan la libertad y el bienestar del individuo, sino que avalan la destrucción y el sacrificio para evitar una supuesta catástrofe. Como vivimos un momento histórico decadente en lo civilizatorio y lo cultural, lo mejor que podemos hacer es destruir esta realidad indecente. La segunda es que las personas que apoyan estas ideas de trasfondo violento y reaccionario no leen sus programas de gobierno, solo se quedan en el mensaje y compran la estética. Un mensaje atractivo y directo que se pone moda debido a la elaboración de excelentes estrategias publicitaria que dan éxito a un insustancial e incoherente mensaje – Steve Bannon-. Una experticia publicitaria que puede explicar esas adhesiones sin sentido.

Ahora bien, como proceden las izquierdas, siempre fragmentadas, frente a esta agresiva ideología. Pues ni las moderadas ni las radicales encuentran respuesta al desafío. En parte por la irracionalidad del discurso de la derecha frente a los problemas que quiere superar. Las izquierdas no pueden hacer promesas mágicas como las de la nueva derecha. A ello se suma las dificultades de sus pobres desempeños de gobierno -Petro, López Obrador y Boric-. Además, enfrentan dos dilemas, el primero es que no logran construir un horizonte común porque su pluralidad las fragmenta mientras la derecha conforma bloques sólidos El segundo es su relación con sus bases históricas, es decir la clase trabajadora, que debido a las profundas transformaciones del capitalismo y del mundo laboral ha modificado su fisonomía por la precarización de sus condiciones laborales y de vida. Hoy los jóvenes sufren una hiper explotación laboral, a pesar de estar más formados que nunca, que se traduce en inestabilidad, malas remuneraciones y la imposibilidad de planificar su futuro. Y frente eso las izquierdas no han logrado ni interlocución ni respuesta.

El liberalismo constitucional democrático pierde terreno ante un creciente escenario que busca soluciones radicales en un mundo posliberal. Ante esto cabe preguntarnos cuales son límites del liberalismo político y buscar posibles soluciones. Evidenciamos un mundo conformista donde no existen propuestas de reformas constitucionales o nuevas formas jurídicas que modifiquen los insensatos niveles de inequidad imperante -Picketty-. ¿Existirá alguna alternativa superadora, con valores positivos, que pueda dar respuestas a los desafíos que padecemos? Tal vez sea necesario cuestionar el derecho a la propiedad cuando genera este tipo grotesca desigualdad -la riqueza personal de Bezzos equivale al PIB de África- y no se proponen ideas que cuestionen esta apropiación de la riqueza con proposiciones reformistas como por ejemplo una cuestión impositiva para la incautación de bienes públicos, como los datos de las personas, y poner límites a esa apropiación con compensaciones impositivas -en Davos 250 millonarios pidieron pagar más impuestos -, pero no existe sugerencias políticas que intente equilibrar esta desigualdad insostenible. Es urgente pensar en cambios que busquen un mundo donde la igualdad sea el objetivo, el camino la pluralidad, el respeto, y una democracia legitimadora y en el que lo más importante sean los derechos humanos. l


Centro estudios caribeños. PUCMM. Connected Worlds: The Caribbean, Origin of Modern World”. This project has received funding from the European Union´s Horizon 2020 research and innovation programme under the Marie Sklodowska Curie grant agreement Nº 823846. Dirigido por Consuelo Naranjo Orovio desde el Instituto de Historia-CSIC.

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