Gracias a Dios, no me falta ni me sobra dinero; ambos casos, sin pecar de filósofo, suelen tener negativas consecuencias si “el afectado” se maneja mal, porque puede morir de hambre o de indigestión. Lo que sobra estorba, entorpece caminar. Lo que sobra, el rostro empaña de polvo. Lo que sobra hierve huesos y carcome cordura. Lo que sobra distrae, dificulta conocer lo que falta y lo que sobra. Y lo que nos falta, también cuando no hay juicio, nos perjudica por igual. No falta si te sobra.

Me enfocaré en el que anhela tener más, aunque se queme media humanidad. La ambición es como un fuego y algunos no saben escapar a tiempo; al contrario, mientras consideran que lo caliente empapa sus bolsillos, más se creen que lo ardiente les hace bien, sin comprender que están a punto de morir achicharrados. Y no me refiero a la sana ambición del que aspira a ser más, que esa es saludable para el alma, sino a la del que carece de parámetros éticos o morales para tener más.

A los catorce años conseguí mi primer empleo. Fue en la Compañía de Seguros San Rafael. Era solo un mes y ganaría ciento veinticinco pesos. Nunca olvido que mientras más se acercaba la fecha de pago, menos podía dormir. “¡Caramba, qué haré con tantos cuartos!”, pensaba extasiado, como si el mundo pronto estuviera a mis pies.

El padre Ramón Dubert, que escuchaba mis absurdos planes, me dijo: “Pedro, esos chelitos te convertirán en más pobre, pues desde ya te han quitado la paz que te caracteriza”. Fue una lección extraordinaria, pues, en esencia, la verdadera riqueza es la paz, tener sosiego, tratar de vivir en armonía con uno mismo, cumplir nuestros deberes y hacer el bien. Cuando cobré no recuerdo lo que hice con lo percibido, pero me prometí que ojalá aquello no me volviera a suceder.

Esa “sed de oro” se extiende con rapidez, especialmente en una juventud que busca los pesos fáciles, quizás bajo la influencia de patrones o referentes negativos. “¡Estudiar o trabajar para qué!”, expresó una joven frente a mí y varios asintieron. Le contesté con firmeza: “El joven dominicano de fe, honesto, laborioso, estudioso, emprendedor, respetuoso, que lea, tenga una razonable cultura general y sea solidario con el prójimo, triunfará inevitablemente, pues en estos tiempos tiene poca competencia”.

Enfrentemos la mala y destructiva ambición que habita en muchos de nosotros y hagamos todo lo posible por cambiar aquello de “sed de oro” por “sed de justicia”, “sed de honradez” y “sed de servicio”, que así seremos realmente ricos. Reitero lo que escribí al principio: “No falta si te sobra”.

Posted in Opiniones

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas