Ella era descendiente de los 4 millones de esclavos que habitaban EE.UU. en 1861

Rosita entró en la guagua, dijo “good morning” con una voz amable y dulce y se sentó ahí mismo, en el sillón vacío, en la sección de blancos. El chofer no dijo nada y sólo se limitó a verla por el espejo. Ella le devolvió la mirada con una sonrisa. Varias paradas más adelante, entraron más personas, entre ellas John Doe quien se paró delante de Rosita y con un tope de rodillas y un Psssh, más un gesto de la cabeza, sacudida hacia la izquierda, le pedía que se parara para que le dejara el asiento. Ella no se movió, levantó la mirada sin mover la cabeza y sintió un aturdimiento parecido al que se vive frente a un edificio muy alto como las ex-torres gemelas, que nos parece se nos caen encima por el movimiento de las nubes. No quería pararse porque estuviese cansada, aunque realmente sí. Estaba jarta de darle el asiento a otro que llegaba más tarde y con arrogancia.

-De aquí no me mueven ni con una grúa- pensó, aunque no dijo absolutamente nada. Ella era descendiente de los 4 millones de esclavos que habitaban Estados Unidos en 1861, de las mismas tribus que los haitianos traídos en barcos a cortar caña, a recoger algodón. El grandote de Doe, con su sombrero a lo Humphrey Bogaert, su saco negro sudado y su corbata amarilla y morada. Le dio otro rodillazo a Rosita; pero ésta, en vez de pararse, se agarró fuertemente del brazo izquierdo del asiento que daba a la ventanilla. Entonces pensó en el costo de un esclavo para 1850: $1500 dólares.

A pesar del fuerte racismo en la historia de la nación a donde vino a parar Rosita y que la trataba como un ser inferior, ello no impidió que engancharan 186 mil en el Ejército para que murieran 38 mil en la inútil Guerra de Secesión. No obstante, su categoría de carne de cañón de esta guerra, a ellos les pagaban $7 dólares como salario mensual, mientras que a los blancos les pagaban $13.

El chofer de la guagua estaba inmovilizado, viendo el evento por el retrovisor. Doe, rojo como un cardinal frente a Rosita. Ese jueves 1º de diciembre del 1955, él cubría la ruta de la avenida Cleveland en Montgomery, Alabama. Con su “nigue’… to the back seats please” pretendía solucionar el conflicto de Doe. Rosita como si no fuera con ella, miraba por la ventanilla un par de perros realengos acoplarse y se le zafó una sonrisa que Doe interpretó como una burla a su ‘’justificada’’ demanda. I AM A WHITE MAN! gritó esta vez. Rosita no se movía, por su mente pasaron los 2,066 negros linchados entre 1882 y 1901, sintió miedo y a la vez vergüenza porque 40 mil de su raza habían participado en las divisiones 92 y 93 del Ejército Americano en la Primera Guerra Mundial. No sólo que participaron, sino que fueron humillados al ser colocados en la división francesa porque el general americano John Pershing los encontraba jediondos, sucios y de baja categoría.

El chofer sudaba al tiempo que aceleraba la guagua haciendo un ruido desesperante. La guagua no se movía. Rosita sentía que Doe la presionaba con su rodilla y esta vez pensó en los 300 negros linchados entre 1920 y 1927.

Rosita recordó las palabras de Leona Edwards, su madre: para ser respetable hay que hacerse respetar.

John Doe era un contable en una compañía que fabricaba sostenes, enaguas y gorros; pertenecía a la 22cF legión del Ku klux klan; era el miembro número 3,000,008. El respiraba como un toro esta “supremacía’’ mientras que Rosita rememoraba las veces que su abuelo se levantaba en las noches, fusil en mano para defender el lar familiar al sentir trotes de caballos cabalgados por jinetes encapuchados portando antorchas que agrietaban la oscuridad.

El chofer había oído hablar de una tal Irene Morgan quien en 1944 se negó a darle su asiento a un hombre blanco, pero eso ocurrió en las guaguas de la Greyhound. Se levantó y dijo de una voz fuerte, -Oiga señora, el hecho de que se haya aceptado a Robinson en las mayores no cambia nada aquí en las guaguas. Luego dijo GaDdemi, pero entre los dientes. Otro negro desde la cocina voceó, dime ogro si el millón de hermanos en el ejército para la Segunda Guerra era transportado en los asientos de atrás de los aviones. La risa en coro desde la parte trasera de la guagua no se hizo esperar; pero Rosita seguía petrificada. Tampoco Irene Morgan fue la pionera de esta desobediencia ya que un joven nombrado Homer Plessy allá por el 1892, cuando ya casi no quedaban indios, se negó a ceder su asiento en un tren de pasajeros. Ello originó la primera ley de segregación, la Ley de Jim Crows, separados pero iguales, es decir juntos, pero no reburujaos.

El chofer de Montgomery, Alabama, se dio cuenta que no iba a poder sacar a Rosita por la fuerza, eso ya lo sabía Doe hace rato porque sus cobardes empujones de rodilla, no se veían desde atrás donde había unos 10 hombres negros de la talla de Sony Liston.

El chofer optó por pisar el freno de emergencia, apagar la guagua y salir envuelto en una cólera y repitiendo para sí # &@♀☼►◄‼◄↕ con algún rayo y centella y hasta una calaverita. Fue directo hasta la estación de policía a pie, a paso de Frankenstein, botando humos por las orejas.

Siendo las 16:43 de una tarde nublada, y en presencia de 6 pasajeros blancos y 10 negros, empezaba el mes de diciembre de 1955 cuando llegaron dos policías que sacaron de la guagua a Rosa Louise McCauley Parks de 52 años, ficha 7053. Esta rebeldía le costó 14 dólares de multa, la pérdida de sus regalos de navidad y a la compañía de guaguas 381 días de boicot por parte de su clientela negra que era el 75 %. Rosita perdió su trabajo y se tuvo que mudar a Detroit a donde cargó con sus trastes y corotos, a pesar de que se había decretado la ley antisegregacional.

¿Se eliminó el racismo con esa ley?, ¿se eliminó con la inclusión de Jackie Robinson, de Roy Campanella, de Willie Mays, de Hank Aaron, en la pelota; con los negros al básquet; con los negros al futbol? ¿Se eliminó con la participación de nuevo de los negros en la guerra, esta vez de Vietnam y a pesar del rechazo de Mohammad Alí, el boxeador? ¿Renunciaron al racismo todos aquellos estudiantes que le lanzaron tomates podridos, huevos hueros a Elizabeth Eckfort en el liceo Little Rock? ¿Renunciaron a esta odiosa ideología sus descendientes? ¿Oyeron los negros la voz de Malcolm X, la de Mohammad Alí, la de los Black Powers, la de Angela Davis? La aplicación de la Pena de Muerte, ¿no será la continuación de esa satisfacción enajenada de la vieja práctica de linchamiento? La presencia de Collin Power y Condoleezza Rice en las altas instancias en la Era de Bush cowboy ¿no será parte de esa política del token negro para seguir manipulando una parte importante de la población para que sigan votando por demócratas hipócritas y republicanos racistas?

Cuando Lyndon B. Johnson recibió al Dr. Martin Luther King, el defensor de Rosita y promotor del boicot a las guaguas, se reía a carcajadas, brindaba por el triunfo que suponía recibir apoyo a su partido por los negros que ahora habían sido declarados gente con sus derechos, no sólo a sentarse en la parte delantera en las guaguas, ir a los estadios de pelota, ir a las universidades, sino a votar y a consumir. Martin Luther King también se reía, Dios ha hecho el trabajo, repetía. Poco después, King se sumó a las víctimas del racismo, involuntariamente of course. Los negros siguieron votando, enrolándose en el Ejército, y cantando sus aleluyas, mientras que el fantasma de Rosita flota en los escombros de Nueva Orleans.

Aunque usted no lo crea, not by Ripley, esos ciudadanos de origen africano, fueron los que más votaron por Trump, a pesar del asesinato de George Floyd por el policía Derek Chauvin. Joder!
(Tomado del libro “Huellas Culturales”).

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