El Panteón, copia del concepto del parisino, que no mezcla dudas, hace tiempo que arrastra un ataúd, igual que Franco Nero. En el de París están Rousseau, Voltaire, Victor Hugo, Zola, Alejandro Dumas, Pierre y Marie Curie, Jean Jaurés, Jean Moulin, y una lista de políticos, escritores, matemáticos, científicos, artistas. Fueron posteriormente retirados cuatro “…por una indignidad revelada tras su muerte…”, entre los que se cuenta a Mirabeau y a Marat. Este fue incluido en una ceremonia de alabanzas por el pintor Jean-Jacques David porque “… Marat odiaba a los reyes, a los nobles, a los sacerdotes, a los ricos, a los sinvergüenzas…” Pero en 1795 fue considerado un traidor y lo sacarón en volanta. También están Josephine Baker, la bailarina y Aimé Césaire, el escritor caribeño.

Obviamente que no está Petain, héroe de la I Guerra Mundial y criminal de guerra de la ll, por las matanzas a judíos cuando levantó la bandera nazi y se alió a Hitler. Prevaleció el último comportamiento por lo que fue fusilado.

A Pedro Santana, o Pedro el Malo, le va a pasar lo mismo que a Colón. Hubo que esperar 500 años para que al “descubridor” se le viera como fue y como se ve con esa lupa de la Historia que descubre y quita maquillajes pasajeros.

Ese V Centenario de 1992 fue una llamarada como la de Pedro Páramo o como el incendio de Santiago en tiempos de Buceta cuando solo quedó intacta la casa de Teodoro Gómez, aquel militar de la Restauración que un síndico obvió y derrumbó sin importale su patrimonio. Te jodiste Serulle. En América latina quedaron muchas casitas que resistieron aquel fuego despertador. ¡Cuántos héroes de pie de barro y cuántos bronces desperdiciados en bustos de bandidos disfrazados para una inmerecida inmortalidad!

Hace muy poco, y después de ese V Centenario, los mexicanos se atrevieron a quitarlo del medio… del mismo medio de la avenida La Reforma. Es la implacabilidad de la Historia que siempre logra quitarse las vendas que le imponen los historiadores alcagüetes.

Pero en el caso de Santana hay un ingrediente que impide que lo saquen, no solo del Panteón, sino de la Historia misma, o ponerlo en un rincón oscuro junto a los cachivaches por allá por el Seibo, tal y como lo recomienda Cassá.

Santana por Jaques Francois Llanta.

El sentimiento antihaitiano que le ha servido tanto al Ejército, (¿noverdá Soto Jiménez?) como pretexto para millonarias inversiones en una modernidad armamentista que solo sirve de muletilla a politiqueros hipócritas y para ridículos despliegues en Irak, como lo denunció Hugo Tolentino.

Pedro Santana es ese héroe fabricado por quienes, como él, son sus émulos, porque no hay un solo documento que demuestre su tal heroicidad, aunque lo diga Concho Primo.

En las cartas del embajador Nicolas de Levasseur a Guisot y Denys, se demuestra harto la situación que impide a Herard continuar y reconquistar el suelo dominicano. No se trata de patrioterismo ni de machismo de narraciones militares baratas, es una cuestión de verdad histórica, de hechos documentados. No podemos seguir cabalgando en unas fantasías heróicas a ritmo de camuflaje. Y en esos documentos queda claro que la valentía de guirnaldas y de sueños en hamaca solo ocurrió porque Herard se retiró a preservarse de un golpe de Estado que lo acechaba en cada esquina de Port-au-Prince. Tanto el embajador inglés McKenzie, como aquel soldado francés, metío a periodista, Paul Dhormoys, que lo entrevistó en la hoy calle Hostos con Luperón, que reveló la brutalidad, la vergüenza y la miseria humana con su toque de tacañería propia, que Santana retrata. Del maltrato a los trinitarios, verdaderos patriotas, no se necesita un análisis psicológico para entender la psicopatía que siempre vistió el Taita. Se ha probado no solo en el superconocido caso de las torturas a María Trinidad Sánchez, en los fusilamientos cobardes al propio Francisco del Rosario, en el destierro de Duarte, etc.

Pero en el caso de Antonio Duvergé la crueldad se viste de gala para hacer resaltar lo más animal e incivilizado del personaje. Un patán al cubo. Su contínua mezcla con bestias lo convirtió en la peor de aquella sabana del este, donde reinó a sus anchas aupado por peones maltratados y semiesclavos que hicieron su reinado posible cumpliendo cualquier orden que les garantizara la elemental supervivencia.
No le perdonó a Duvergé que no se le uniera al golpe contra Jimenes.

¿Pero por qué tenía que fusilarlo…y a su hijo Alcides? El muro del cementerio lloró aquella mañana de 1855 cuando fue salpicado por la sangre tierna de un inocente. Y le mató al hijo primero para que la saña le diera el goce que sienten los malvados. Condenó también a José Daniel, su hijo de 15 años que se salvó en tablita, como un milagro que ningún obispo ha podido explicar hasta ahora. El otro hijo, Nicanor, y los más pequeños, fueron sometido a la tortura de la vigilancia y un acoso psicológico que elaboraba como bálsamo para satisfacer su insaciable brutalidad.

La saña contra los Puello y el general Eugenio Pelletier y el goce de presenciar el dolor de la caída de guayacanes, no dejan margen de duda de su enorme misantropía.

El autoritarismo, que la cortedad memórica de muchos le atribuye a Trujillo, que no tenía mano de gelatina, en realidad viene desde la profundidad de los colonos españoles que dejaron en los criaderos de vacas del este, cuando Santana oía sus mugidos desde su hamaca llena de pulgas compartidas con su perro, que era su consejero, el consejero perfecto que todo asiente y nunca contradice o como lo describe el General de la V República Soto Jiménez “los jefes deben envainar a cualquiera, y si no saben echar vainas no son jefes de verdad, no sirven para el mando. El que manda debe desconcertar a la gente y salir con pendejadas que nadie estaba esperando. El jefe no molesta en parte, no da razones, no se explica, ni se disculpa. Los jefes no se “aflojan”, no lloran, ni se apendejan…” y desde su visión e introspección, él sabe de lo que habla… ¡adio coño, no e guaidia! Maña fuera.

A Santana no lo saca nadie del Panteón hasta que el tema haitiano, en la politiquería clientelar dominicana, siga con la vigencia de la ciclicidad de las lunas llenas y mientras el patio de La Academia de la Historia siga sembrado con tantos ñames.
Merci Bocú.

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