Aquel domingo 30 de octubre de 1938, los niños disfrazados de fantasmas, calaveras, Dráculas, FrankensteinS, iban, casa por casa, con sus canastas y fundas recogiendo caramelos, chocolates, gomitas, mentas … principalmente en las casas donde había alguna calabaza con una vela prendida dentro, señal de que había gente y que estaban en el juego. Ese día de Halloween fue inolvidable para el pueblito de Grover’s Mill en New Jersey.

Cuando el reloj marcó las ocho de la noche y ya los niños contaban el tesoro recogido, la mayoría de habitantes prendían la radio para deleitarse con las aventuras narradas por un jovencito de 23 años y de voz modulada, que los tenía cautivados. En esa emisora y a esa hora habían oído, temblando de miedo, al mismo Drácula, La Isla del Tesoro, El Conde de Montecristo, La vuelta al mundo en 80 días y tantos cuentos que Orson Welles les narraba con una fuerza dramática que fascinaba, como nos hipnotizó aquí “Kazán el Cazador”, “Infierno Verde” …

Welles era, probablemente, pariente de Benjamin Sumner Welles, aquel diplomático amigo de Horacio Vásquez y que escribió, 10 años antes, la magnífica “Viña de Naboth”, una historia dominicana muy documentada y bastante honesta a pesar del racismo que chorrea en sus páginas.

Pero ese 30 de octubre a Welles se le ocurrió narrar un libro escrito en 1898 por un tal Herbert George Wells, “La Guerra de los mundos”.

Orson anunciaba la llegada de extraterrestres de una manera tal, que el pánico arropó el pueblo, la gente se escondía en el sótano, la Policía salía sin rumbo. Estaban totalmente seguros que los marcianos tenían armas mucho más sofisticadas y poderosas. Después sí se entendería que enfrentaban el arma más potente de nuestros tiempos: la radio, la comunicación manipulada y creadora de miedos.

“…Señoras y señores, esto es lo más terrorífico que nunca he presenciado… ¡Espera un minuto! Alguien está avanzando desde el fondo del hoyo. Alguien… o algo. Puedo ver escudriñando desde ese hoyo negro dos discos luminosos… ¿Son ojos? Puede que sean una cara. Puede que sea…

Carl Philips desde Grover’s Mill, Nueva Jersey.

Fulgencio Batista, 1938, Armando Bianchi y Marta Veliz La Meneito.

Las creaciones de los genios repercuten en imitadores por eso sus obras son “clásicas”, son únicas y originales y crean escuelas.

En 1949 Eduardo Alcaraz, en Quito, quiso ser aquel profesor Pierson de Welles para asustar, por 20 minutos, aquella capital.

Andres Eloy Martínez, por La Radio XEART, se atrevió a lo mismo en Morelos, México.

Aquella experiencia fue usada como publicidad de impacto tanto por movimientos políticos, organizaciones pacifistas y , claro, el comercio.

En 1954, La Habana era la capital mundial de la Mafia y, los casinos y prostíbulos, alumbraban el apetito morboso en un ambiente caluroso y tenso. Batista, un émulo del Dr. NO, reinaba a las anchas de su sonrisa hipócrita y más que mano de hierro, gobernaba con un cerebrito oxidado por la crueldad e imposición de la arbitrariedad. Fidel, hacía un año, cumplía cárcel luego del asalto al Cuartel Moncada.

El 28 de diciembre de ese año, en la Avenida Rancho Boyero con Vía Blanca, apareció temprano en la mañana, un platillo volador que emitía luces intermitentes como un arbolito de Navidad. Por la radio se anunció la invasión extraterrestre que más que alejar a nadie, porque el chisme, alias “curiosidad”, es más fuerte que el miedo, trajo a media Habana que rodeaba aquel OVNI como si fuese traído por el mismo Orson Welles.

Platillo volador en La Habana, Saliendo del OVNI de La Habana 1954 y Con Joaquin M Condal.

El Jeje de la Policía, un viejo torturador de bigotes a lo Señor Juez de la Tremenda Corte, ordenó, a las 11 de la mañana, tomar por asalto al invasor. Cuando se abrió la puerta del platillo, un coro de artistas de la televisión cantó “inocente mariposa” lo que no impidió que el panzudo policía se llevara a Joaquín Condall, “ideólogo”, Rosita Fornés, Armando Bianchi, Rogelio Hernández y, a la Ava Gardner cubana, anunciadora de la cerveza Cristal, Marta Véliz, la Meneito.

Orson Welles, que se quedó escondido en el platillo, encendió los motores y voló hacia la imaginación de la gente que lo espera en otro aterrizaje espectacular.

“…Hasta la vista a todo el mundo y recuerden, por favor, durante un día o algo así, la lección terrible que aprendieron esta noche. Ese invasor globular, reluciente, que apareció haciendo muecas en las salas de sus casas, es sólo un habitante de la imaginación; y, si llega a sonar el timbre de su puerta y no ven a nadie allí, no crean que fue un marciano… fue el genio travieso que aparece la víspera de Todos los Santos”

Repetía Orson Welles al final de la emisión… volando bajo y alejándose de Cuba.

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