La fuerza narrativa de Soto Jiménez confunde a cualquiera; por momento parece que leemos a García Márquez, sin exagerar, que pa’ dar coba no se me conoce. Puede decirse que hace gala del buen escribir, que es eso, usar metáforas por rumba y comparaciones acertadas, exquisitas y más que dominicanas y, quizás sea ese, el mayor acto de patriotismo del General.

Soto Jiménez no le hace caso al academicismo lingüístico que en Concho Primo se va al carajo para darle valor a las palabras prohibidas, palabras del pueblo, “vulgares”, que no se pueden sustituir por el prurito de saco y corbata, pero que tampoco encontraría equivalentes en ninguna traducción.

He leído a Irving Wallace, a Roth, a Graham Greene, Jack London… me he topado con faltas ortográficas en inglés, pero una vainita o dos. Me he perdido en el tiempo de Proust, disfrutado a Balzac y a Víctor Hugo que se le irían par de errores o a sus editores. Cuando leí a Jorge Amado encontré tres errores en Tereza Batista y en los tres tomos de la historia del cacao quizás porque mi portugués no sea tan bueno. No encontré barbaridades que la lengua me pudiera confundir leyendo a Tex Willer en la lengua de Passolini aunque sí puedo asegurar que en los 4 tomos de la colección del “cementerio de los libros olvidados” de Ruiz Zafón se puede pagar al precio que sea por fallas y la perdida será peor que la que sufren a diario los que juegan la lotería.

En una sola página, la 231, nos encontramos con CAZABE, TIZANA, ANDUYO Y TUZA, en vez de casabe, tisana, andullo y tusa. Eso, no lo puedo negar, me estropeó bastante la lectura que solo figuras geniales me animaron hasta el final: “disfrazado de pena”, “con cara de dolor fingido”, “…que no se le engranuje la tela de los cojones ni se le aloque el resuello”, “El Seibo le duele siempre en la nostalgia”, “Perico Pepín, cubierto solo con el escudo de sus cojones”, “sus ronquidos irredentos patrocinados por su cuello corto”, “miraba como si desvistiera el monte” …

Me desconcentran los acentos mal puestos y sus ausencias; las comas sin sentido, pero no me escandalizo de la “impureza” por las palabras, que, al parecer, todo el mundo usa, menos los señoritos de la Academia, de los que Soto se burla e ignora, como todo poeta. Y ese es el gran valor del Concho Soto que no es primo na’ del escritor, sino su alter ego.

Hay que recordarse de la cantidad de errores de todo tipo en “La Fiesta del Chivo” y que el pinche Pedro Conde le dio una rifá en un folletico de “lo más queseyo”, pero sin desperdicio. Fue más que una “pela e lengua” en el sentido literal.

Después de Orlando Gil, nadie mezcla mejor la literatura con las frases populares, pedazos de canciones viejas que se transformaron en refranes y guías filosóficas, siempre con la remúa “veide olivo”, en el caso del primo, porque Soto, no solo respira bajo el agua.

Soto Jiménez pertenece a ese grupo de seres humano que “el destino” le hace una jugada y junto a él, me atrevo a colocar, frescura mía claro está, a don Juan Bosch, a Vincho Castillo, a Moscoso Puello y a tantos que perdieron su tiempo en jodiendas ajenas a su verdadero talento. ¡Qué pérdida de tiempo fuñendo con rasos sobre la inmortalidad del cangrejo! O hablando plepla y pendejieando con Hipólito sobre los mangos que paren calabazas. A Vincho siempre lo vi como un Ágato Christie en sus maravillosas narraciones policíacas desde aquellas investigaciones, junto a Kojak y Columbo, sobre el banquero Héctor Méndez y su ingenioso amigo Hatueycito.

Igual me pasó con el libro sobre Marichal de Héctor Cruz por el desperdicio de una edición tan pobre y barata que parecía destinada a las cucarachas.

La presentación del amigo Andrés L. Mateo, magistral… y digo yo, “aquí entre no”, que nadie busca un prologuista que no se desborde en elogios. Estoy totalmente de acuerdo con su remache que le da a la palabra, esa que hoy no vale ni mierda, el protagonismo en la cabalgata por los trillos de herradura de las 746 páginas de la obra.

Omite Andrés, pa’ no cargarle el dado al general que, no solo escribió una gran obra, sino una gran pieza literaria. Pero es que no se le puede pedir a Concho Jiménez que se zafe de ese uniforme de zafarrancho y ese patrioterismo que le brota por los poros, más que la miel de Johnny Ventura. Que la patria, que la patria… no me joda, ni chino es el cuento. ¿Qué guardia del coñazo ‘ta pensando en ninguna jodía patria? El que se enganchó es porque no sabe hacer na’ o se jartó de desyerbar conucos interminables bajo el horno del Sol y de los pajonales. Por eso tenemos el lío con los policías y una reforma imposible. ¿Pero no es eso lo que les enseñan a los guardias? A despotricar a los “maiditoj negro comía e pueico” y a los “invasores haitianos” sin olvidar a los “comunistas ateos”. Eso se aprende en los cuarteles como se aprende a comerse el lodo, tan cercano, culinariamente, al chao de preso y que ni “Toña la negra”, la perra del Museo Horacio Vásquez, le mete el diente, aunque se muera de hambre.

La crueldad de Manuel Rodríguez, El Chivo, Soto se la perdona porque “la defensa de la patria” es lo máximo. ¿Cómo puede ser patriota un criminal? La capacidad militar, decencia y civilidad de Pepillo, que pudo evitar tantas muertes, tanto de españoles como dominicanos, se va al carajo cuando Soto sigue con “la defensa de la patria” de Gaspar, condenado a fusilamiento por traidor y que luego, como hace la Policía hoy, protege, limpia y hasta enganchan a héroes. Los crímenes de guerra, cuando en Guayubin matan prisioneros y heridos de hospitales, no le saben a na’ al escritor sin fondo y vuelve con el tililá de “la patria” como si rezara el Santo Rosario… “ruega por nosotros”, “ruega por nosotros” …

Esa formación con manuales de arenga “de 27 de Febrero” o “16 de Agosto” es la que Soto Concho no puede botar para que sus fondos narrativos fuesen como los de Almudena Grande cuando pone la Guerra “Civil” Española de contexto en sus novelas, o como el mismo Carlos Ruiz, o como el Coronel que no tenía quien le escribiera. ¡Cuidao con el abismo!…que ahí viene el tren, el pobre Perico.

No solo la estética de la forma es importante, decía Pedro Mir y que tuvo bien dicho; el fondo también, aunque lo tapen con copey.

Soto no se cuida de poner todas las maldiciones racistas en boca de personajes para que pase como vainas normales expresadas en la época. No, la mayoría son emitidas por la voz del escritor y que en cualquier otro país le obligarían a una censura justificada, sin necesidad.

¿Qué le cuesta a Soto decir que la “tropa de hombres de Lilís y blablablá, en vez de decir “la tropa de negros”? que no era de negros. Claro que no estoy dándole lecciones de cómo escribir a nadie porque el que es racista es racista y no hay que joder más. Cada cual escribe como le da su maldita gana, pero hoy día, el machismo, el racismo y la misoginia son parte de una misantropía inaceptable.

La descripción de Perico Pepín, aunque racista, no deja de ser magistral (página 372): “…usaba bigote tupido a la manera de su antiguo jefe, bigotes a lo Heureaux, puestos ahí, en medio de la cara bien administrada, medio arreglado y medio de vaina, como para destacar la hombría y disimular el pronunciado belfo del helofe…” (le está diciendo bembe e burro así, como el que no quiere la cosa).
Pero no niego que me confunden los dos capítulos sobre Manolo y Caamaño que de seguro le hubiese costado un fusilamiento en La Fortaleza San Luis o por lo menos una paliza por Macorís. Ramiro no aparece ni en los centros espiritistas. Culebra no se agarra en lazo.

En las ´páginas sobre Lilis y Perico Pepín, Soto se la luce como medalla de oro en racismo de salto alto…¡Ei pipo!

A Soto lo salvará la historia solo porque es escogidista y no por Sullivan, sino por Marichal, los Alou y San Francisco.

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