Conversando con Raúl Padilla, exguerrillero salvadoreño con cara de Papa pobre, amigo… me contaba que en un encuentro en Moscú alcanzó a ver a un tal Marulanda, de Colombia, y de inmediato “reconocí a un campesino que subía y bajaba lomas, solo por el caminar derrengado…” Mis neuronas mentales y asociativas me trajeron a la mente al Bacho. Y digo yo, no solo ese caminar de loma adentro, sino su sabiduría natural aprendida allá en el Mamey natal, que ya había visto pasar los guerrilleros del 59 casi por el patio y conucos, fue lo que lo salvó del fusilamiento cuando Manolo se rindió e ingenuamente pensó que le respetarían la vida. No se la respetaron y como campana de domingo, se repite el ritual macabro de su eliminación con una narración que pretende ser graciosa pero que solo hace reír a los mismos que gozaron de los privilegios decretados como leyes de normalidad.

Desde joven Bacho fue indomable y los salesianos de Moca no le enseñaron a sembrar ni yuca ni plátano, pero tampoco aprendió a dejar caer la lluvia.

Yo conocía a Raúl Pérez Peña, nombre que parecía más seudónimo que real, en el Centro del Universo: la casa de la viuda Minaya. Su buen humor, de un imán incansable amarró nuestra amistad desinteresada, que no pudo espantar ni siquiera el Mercedes que lo dejaba a pie en cualquier calle. Era quizás una venganza preambular por un presentimiento mecánico, de ser sustituido por el último modelo, en caso de llegar a la presidencia y por sospechar que él era quien estaba más cerca del Palacio, con un local casi pegao.

Porque “El Bacho va” no solo era una comedia montada de un acto teatral que se repite cada cuatro años. Y nunca la denuncia se confundió con la burla en esas dimensiones, salpicada de algún festival de son, que era una de sus pasiones. ¿Voy bien Margot?

La vainosidad de Bacho me llegó como un relámpago el día que se me apareció a mi agencia de publicidad, en el sótano de la casona del arquitecto Baccalari en la avenida Independencia, frente a frente a donde vive y ha vivido Dña. Milagros Bosch y donde queda hoy un Banreservas. Ese día Bacho quería hacer un reportaje sobre mi visita, como jurado a la V Bienal del Humor de San Antonio de los Baños, La Habana. Yo pensaba en un interrogatorio como la que la vigencia de Balaguer dio continuidad a los calieses de la Era. Pero claro, sin cegadoras luces ni rodeado por animales rabiosos. Simplemente prendió la grabadora y me dijo – Habla… ¿Qué digo?

-…lo que tu quieras, me respondió dejando que el sillón se le acomodara y permitiera que el cansancio que traía en la greña y que se le reflejaba en sus ojos de pavo cagón, que el eufemismo describe como “saltones”, se evaporara.

Ese era el método bachiano: recoje los datos, todos verificables como se usaba antes que Fake News fuera noticia. El relato, con su hilo, era su obra bajo la vigilancia de la quietud y el ordenamiento de las piezas del rompecabezas que goteaba desde la grabadora.

-Oye chico, te la comiste, me dijo con ese acento que algunas veces le salía y que ponía en evidencia un trajinar habanero que disfrutó y del que sentía un gran orgullo.

Manolo lo persiguió más cercano que su sombra y casi vivió en una lucha cuerpo a cuerpo para que Olvido no lo borrara de la Historia, la Neohistoria y las calumnias canallas le tergiversaran los hechos como fueron, incluyendo el fusilamiento y su fusilador. Lo acompañó hasta el último día Pipe Faxas, Juan Miguel Román y Polo Rodríguez siempre presentes en cualquier relato para secarle las lágrimas de un dolor que nunca se le curó. Era la época en que la palabra tenía valor de compromiso, como le enseñó el Instituto José Martí en su formación de periodista ético.

En París aprendió un francés cibaeño que no le impidió ser corresponsal de la agencia más importante. Se la empató cuando mandó a sus hijos a educarse en la lengua de Balzac y de Jean Moulin.

El mayor reto se le presentó de cuerpo entero cuando tuvo que ir como corresponsal de guerra a Nicaragua con la pluma en bandolera.

Sembró, sin el mínimo temor, el eco de aquellos, que él sabía, hicieron temblar montañas: Amín, Amín, Amín… Amaury, Juan Miguel…

En la imperfectuosidad del ser humano, Bacho sin embargo, no se vendió, quizás pa’ echarle vaina al tango de Santos Discépolo.

A pesar de las tantas divisiones del 14, cual pizza de pepperoni, Bacho siguió militando en el 1J4 sin importarle los resabios de María, del Gordo Oviedo, de Fafa, de Luis Gómez, de Pin, o la “deshermandad”, en teoría y momentánea, con Fidelio. Para el Bacho siempre hubo una sola izquierda que la dirigía Manolo desde el infinito, o como él decía, “todos lo reconocen todavía”.

Bacho no dio tregua y el odio quedó en sus dueños allá en las pocilgas, en los cuarteles, en las noches de pesadillas con rango de muchas rayas que recuerdan las viudas e hijos de los que levantaron la palabra.
-Qué hijoeputa ma bocón, pensaba Ramirititico cuando su cuento chino se le desencajaba y cuando él anhelaba que las hormigas reemplazaran las palabras.


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