De la formación académica de las mujeres no hay que hablar, porque representan más de un 60% de los que egresan de las universidades y retienen los más altos honores. Que el ministerio público lo preside una, a la que le acompañan más de 660 que constituyen un 52.5 % de la matrícula, es una información al alcance de todo el que quiera investigar la nómina de esa entidad pública en los motores de búsqueda. Que en las asociaciones empresariales ocupan puestos de primacía, colaboran activamente y forman parte de las directivas, no es una novedad.

Que el Poder Ejecutivo nombró a gobernadoras en todas las provincias, los partidos políticos -aun a regañadientes y para guardar las formas del cumplimiento de la cuota de género- las tengan como diputadas, vicealcaldesas, regidoras y, con suerte, senadoras o alcaldesas, es de conocimiento general. Que sean las mejores en impartir justicia, tampoco es un secreto, basta observar que el 61.35% de las juezas y empleadas judiciales son mujeres y que actualmente, hay 471 magistradas y contando… En las altas cortes sucede otro tanto: de los 17 miembros de la Suprema Corte de Justicia, solo cuatro son mujeres; en el Tribunal Superior Electoral es 1 entre 5 integrantes y en la conformación actual del Tribunal Constitucional, apenas hay 3 de un total de 13.

El argumento manido de que las mujeres no alcanzan mejores sitiales porque deben ocuparse de sus familias pierde validez ante la evidencia de que muchas asumen las responsabilidades que les atañen de manera exitosa y cuentan con compañeros excepcionales para asistirlas en el proceso porque ambos tienen la plena convicción de que es un trabajo en equipo.

Entonces ¿qué es lo que falta? ¿Por qué se siente que se está cada vez más cerca, pero que todavía queda mucho espacio por recorrer y llegar a la meta? Lo que se necesita es un voto de confianza de los que ostentan el poder y que tienen el control en la toma de las decisiones; que estos, de una vez por todas, asuman el rol histórico que les corresponde y que las elijan, no por ser mujeres, sino porque sus capacidades, trayectoria, honradez y trabajo las hacen merecedoras de los puestos más elevados. En caso de hacerlo, nunca podrán arrepentirse en vista de que, si fueron fuertes para tenerlos en su vientre por nueve meses y traerlos al mundo, también lo serán para llevarlos a cuestas.

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