Desde 1930 -antes y después de la dictadura trujillista- ha habido una constante en la dinámica política dominicana: la fragmentación político-ideológica entre fuerzas políticas de estratificación sociológica afines o desde espectros ético-ideológico-filosóficos antagónicos -ejemplo: Bosch-Balaguer-, no pocas veces, llevada al plano personal por sus actores más influyentes, hegemónicos o gravitacionales. Los ejemplos sobran: Vásquez-Estrella Ureña, Trujillo-Estrella Ureña, Balaguer-Bosch, Balaguer-Lora, Bosch-Peña Gómez, Jorge Blanco-Antonio Guzmán, Peña Gómez-Majluta, Leonel Fernandez-Danilo Medina, Hipólito-Miguel Vargas, Balaguer-Álvarez Bogaert, Hipólito-Hatuey de Camps. En fin, más que las diferencias políticas-ideológicas ha predominado la ambición por el poder, las traiciones y raras veces lo ideológico -excepción Bosch-Jiménez Grullón, que, se especuló, también matizada por celos-.

Y esa recurrencia histórica, si se quiere, la podríamos rastrear desde la fundación de la República (1844) hasta nuestros días con sus desfases y rupturas que han imposibilitado que fuerzas de una misma matriz sociopolítica, no tanto ideológica, hayan logrado acuerdos, de largo alcance, en la concreción de metas-país y afianzamiento de una verdadera cultura democrática menos rupestre.

Desde en ese contexto, el proceso o coyuntura política-electoral actual no ha estado exento de esa recurrencia histórica, pues es evidente que, desde un litoral específico -vía el anuncio de una candidatura-acompañante (en todo su derecho, pero, coyunturalmente, inoportuna y nada ingenua)- se ha caído en ese error que tanto ha obstaculizado que fuerzas políticas afines, en múltiples aspectos políticos-ideológicos, se pongan de acuerdo en lo trascendente (ahora, RescateRD); para, contrario, evitar fragmentación política-electoral, odios y rencores. Y así, resulta cuesta arriba construir puentes, avenencias y disipar diferencias. Y uno se pregunta: ¿qué se persigue, desde una franja de la oposición, alimentando y explotando eso? ¿Aniquilar al otro -que puede ser, en un momento dado, un aliado natural- o qué?

No hay duda, por ese camino: el de la rivalidad y el resentimiento entre fuerzas coincidentes -sociopolíticas-electorales, solo nos derrotamos nosotros mismos; pero jamás al adversario…, a menos que la estrategia no sea, como ya dijimos, aniquilar al otro de la misma matriz sociopolítica; aunque la derrota, luego, nos encuentre ya en el destierro, la cárcel o la más infantil jugada política -si se le puede llamar “jugada política” a eso- que solo tiene un nombre: ego o subdesarrollo político-electoral. En otras palabras: ¿hasta cuándo el parricidio político-ideológico-electoral seguirá enseñoreándose en nuestra política? ¡Oh, Dios!

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