Cada año, en marzo, me invitan a todo tipo de actividades destinadas a ensalzar a la mujer. Hablan de orgullo, de resiliencia, de poder femenino y de una larga lista de términos inventados para destacar lo que se supone somos las mujeres.

En cambio, prefiero contarles tres historias que caen bien en el contexto que nos encontramos. Sobre todo, porque puede aleccionarnos en torno a la creación de políticas públicas, los estereotipos que tenemos y la necesidad de enfocar los trabajos por los derechos a la igualdad. Nota: por discreción, contaré las historias sin citar nombres.

Tú le haces daño a mami.

En una provincia del norte vive una mujer que es ciega desde muy pequeña. Estudió en la antigua Escuela Nacional de Ciegos, terminó la secundaria y decidió que quería hacer una carrera.

Justo en ese momento, su familia le dijo que no podía, porque ella no sabía utilizar el bastón para moverse con independencia. La excusa es válida, si no fuera porque la misma familia se negó a facilitarle los medios para que aprendiera.

De ese momento hace más de 15 años. Hoy esa misma mujer tiene 40 años, sigue dependiendo de su familia. Su madre le elige la ropa y ella ha visto cómo todas las personas ciegas que fueron compañeras suyas tienen su propia familia, carreras y niveles de autonomía.

Hace unos pocos años, intentó por enésima vez revelarse y tratar de aprender a movilizarse de forma autónoma. La respuesta familiar fue un escándalo en el que la mamá terminó llorando y ella siendo maltratada por el hermano menor, que le dijo: “Tú le haces daño a mami”.

Doctora no sé por qué no quedo embarazada.

En la región este, una mujer con discapacidad física se casa. Luego de un tiempo decide que quiere tener un hijo.

Tras mucho intentarlo, asiste a una consulta con su ginecóloga y le dice: “Doctora, no sé por qué no quedo embarazada”. Luego de pruebas de distinta índole, esta mujer descubre que su familia, sin consultarle, le hizo una ligadura de trompas para que no pudiera tener hijos.

Queremos incluirla, pero no estamos listos.

Hace unos meses, una empresa multinacional se comunicó conmigo para que le recomendara a algún profesional. Les presenté a Katherine, una abogada de alto perfil, con maestría en administración pública, experiencia en derecho del consumo, bilingüe y completamente autónoma, además de tener unas destrezas sociales muy altas.

La empresa comienza el proceso de entrevistas con ella. Evalúan su perfil. Ella recibe altas calificaciones en todas las entrevistas hasta que, en la última fase, la reclutadora le dice: “Nos encantó tu perfil, te vamos a llamar cuando estemos más preparados para trabajar con alguien que necesite las ayudas que tú necesitas”.

Las tres historias tienen un trasfondo importante: en este país, ser mujer y tener una discapacidad es una condena casi segura a la discriminación.

Los datos apuntan a que 23 de cada 100 mujeres con discapacidad tienen nula autonomía para decidir sobre sus cuerpos. Sus familiares deciden si tendrán hijos o no y les niegan la posibilidad de una vida sexual activa.

Pero es más esclarecedor cuando te encuentras con tomadores de decisión o figuras de los medios que ven como abusivo tener una relación sentimental o sexual con una mujer con alguna discapacidad. Y un número alto de mujeres que asisten a consultas médicas han reportado violencia obstétrica, preguntas del tipo: “¿Y quién fue el abusador que te hizo eso? ¿Y tú vas a tener hijos estando así?”

Luego tienes casos en los que las familias te dicen: “Yo soy quien sé de la vida de mi hija”. Y en base a que es quien sabe, la hija se queda sin acceso a estudios, a independencia y a competencias para ser productiva en el mercado laboral.

Después está la parte económica. En el país, las mujeres con discapacidad tienen menos actividad económica que los hombres con discapacidad. A la vez, la misma condición de ser mujer las envuelve en una situación de doble discriminación.

Es decir, perfecto que se hagan actividades de emprendimiento femenino y toda esta parte. Incluso es genial que se hable de feminidad y todos los nuevos términos. Pero, entre tanto hay una cantidad importante de mujeres que cada día viven secuestradas por sus familias y médicos, con la complicidad del Estado, las defensoras de derechos de las mujeres y el público en general.

En un país donde está prohibido el aborto en todas sus formas, a las mujeres con discapacidad les practican abortos no consentidos. Y a la vez, mujeres que no decidieron salir embarazadas y que tampoco tienen los medios para llevar a término un embarazo, son obligadas por médicos y familiares a llevar una gestación a término, poniendo en riesgo incluso su propia salud.

Entonces, ni en lo familiar ni en la salud ni en lo laboral las mujeres con alguna discapacidad tienen protección de ningún tipo. Marzo no es suficiente para la visibilización y la protección que requiere este colectivo.

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