La efectividad de acudir a la resolución de conflictos fuera de los tribunales fue reconocida por nuestra Suprema Corte de Justicia, mediante el Reglamento general sobre mecanismos no adversariales aprobado en agosto de 2023. Si así lo hicieron -al ser la jurisdicción de cierre a la que llegan todos los procesos- es precisamente, porque entienden que los litigios judiciales solo conducen al desgaste (económico y mental) de los que en él intervienen.

Desde la conciliación, en que un tercero ayuda a que los involucrados adopten su propio arreglo, hasta la mediación, con un papel más activo de este último, luego de que la negociación entre ellos no ha sido posible, hay muchos caminos antes de llegar a la penosa demanda judicial, como la opción del arbitraje, si se quiere una justicia privada, discreta, especializada, más vinculante y formal con una salida rápida de la contienda. Sin embargo, el litigante medio busca, frecuentemente, más el sufrimiento de su adversario que terminar el problema que los enfrenta. Ese revanchismo para que el otro muerda el polvo y proclamar que tienen la razón (que siempre es relativa) les nubla el pensamiento a los que prefieren transitar la vía tortuosa de las jurisdicciones estatales, cuyo final no se vislumbra.

Por tanto, para acudir a estos medios de resolver desavenencias se requieren ciertas condiciones: la primera es la disposición de que el pleito termine y de volver a esa nueva normalidad con la convicción de que resolverlo amigablemente ha sido la mejor decisión, aunque en el camino se sacrifiquen algunas pretensiones iniciales porque al renunciar a ellas, se pudo llegar a un entendido. Otra es la confianza en la buena fe del adversario, en el proceso mismo y en las propuestas presentadas entre ambas partes o quien los asista en el propósito de la avenencia. Igualmente, el pragmatismo para entender el valor del dinero en el tiempo y que las energías dejadas en los tribunales son irrecuperables. Asimismo, madurez para saber que no existen ganadores ni perdedores, que no hay un vencedor que aplasta bajo sus pies al vencido y que ceder en algunas posturas no es humillarse, sino ser sabio para mantener las relaciones existentes. Es apreciar, más allá del conflicto, la paz a que conduce su desaparición y los distintos nuevos proyectos que son posibles al dejar la pugna atrás.

Dicen que “es preferible un mal arreglo que un buen pleito”, lo que no es cierto porque el pleito nunca es bueno, lo mejor es el acuerdo, no solo para sus protagonistas y para su tranquilidad emocional, sino también para sus familias, su entorno y la sociedad que, de seguro, se lo van a agradecer.

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