La libertad es fluir por la vida sin sujeción, flotar en el aire sin restricciones. Tener autonomía en nuestros actos y voluntad propia para emprenderlos. Sin embargo, seremos peligrosas como el mar, mas no libres como el viento. Las ataduras que nos hemos autoimpuesto son ahora más fuertes que la discriminación masculina de que fuimos objeto siglos atrás y por la que se luchó con tanto esmero para alcanzar la igualdad; en la actualidad, no nos conformamos con estar en un plano de equilibrio con los hombres, hay que explorar otros horizontes para superarlos.

Los compromisos que hemos decidido a ciencia cierta asumir no nos amarrarán en la casa, pero sí fuera de ella, halando como sogas en distintas direcciones por los múltiples papeles que hemos elegido interpretar. Que si la profesional más destacada, que si la madre abnegada, que si la esposa complaciente o la amiga incondicional. Nos habremos liberado (parcialmente) de las ollas y los sartenes, pero nos hemos insertado en otras esclavitudes por nuestra propia cuenta y la ambición de destacarnos en cada rol que nos envuelve, nos ata y hasta puede estrangularnos en la búsqueda de ser la mejor en todo.

Competimos con y entre nosotras para superar nuestros propios récords, ni siquiera el masculino. Se trata, entonces, de obtener la perfección total para que el género no nos limite, aunque en el proceso nos vayamos desgastando y estemos dejando atrás nuestra propia esencia, que es lo que nos hace especiales y diferentes.

La lucha de la mujer contra sí misma, para cuidar su apariencia, participar activamente en el ámbito laboral, aspirar a las mejores posiciones y ser las primeras en el grupo de madres, de profesionales y de cónyuges está resultando ser aún peor que no ser reconocidas por el sexo opuesto. Ya no necesitamos pancartas para exigir nuestros derechos porque los sabemos nuestros y luchamos día a día para mantenerlos, pero las exigencias a las que nos estamos obligando y las metas propuestas para alcanzarlas, son infinitas, ya que, una vez lograda una, ni siquiera se disfruta, en la búsqueda de la próxima.

La emancipación nos ha resultado muy cara y la estamos pagando con cada día de agotamiento, estrés y afanes múltiples, unos, los que como mujeres no podemos descuidar, mientras existen otros, agregados por voluntad propia. Estamos dejando de disfrutar el trayecto al enfocarnos solo en la llegada, lesionando nuestra existencia, para ocupar el pódium, tener la presea, aunque nos cueste la vida porque la peor cárcel es la que nos hemos construido a conciencia, presas del tiempo, de los compromisos y de las responsabilidades, y de esa, solo nosotras podemos liberarnos.

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