La actividad política -que la hacen los hombres- está poblada y se alimenta de muchas mezquindades, trapisondas e injusticias, pues quienes la hegemonizan y dirigen no siempre están dotados del razonamiento lógico o de la capacidad de auscultar en la meritocracia sino en la adulonería o la pleitesía empalagosa de genuflexos y correveidiles. Por ello, no pocas veces el crítico y autocrítico es visto como un bicho raro.

De lo anterior se desprende que, en actividad, es harto difícil cosechar amistades duraderas (caso raro, o de excepción), pues la política -no la que se estudia, imparte o analiza como ciencia- dista mucho de ser terreno fértil para las relaciones sin dobleces o incógnitas, sino campo de guerra, ambiciones o puentes, de antemano, rotos. Y es así porque en la actividad política entran en juego temperamentos, lucha por el poder, mediocridades, mezquindades y visiones contrapuestas que, ni siquiera, en un mismo partido se pueden conciliar.

Y es tan ingrata la actividad política que, para sobrevivir en ella, amerita: temple, flema, paraguas; y no pocas veces, el don de la cortesía y la inteligencia para aguantar y coronar metas, de lo contrario, se sufre mucho….

Es más, la política o, mejor dicho, la actividad política es como un tren de infinitas paradas o miradas fulminantes: unos se van quedando atrás o en el olvido; mientras otros, van fijos y decididos, con su equipaje, hacia unas metas, unos sueños (a veces rotos, a veces a medias….).

Sin embargo y a pesar de los sinsabores, la actividad política, además de ingrata, al mismo tiempo -parecería contradictorio-, es placentera y absorbente porque también es servir, participar, sacrificar, aportar y arriesgarse. En fin, es como el amor y la guerra: a veces se gana, a veces se pierde. ¡Qué más da!

Y ay de aquel que, de una u otra forma, no entra en el juego de la política, pues serán otros los que decidirán por ellos, y no habrá, luego, lamento que valga y si lo dudas, pregúntese por qué hay países pobres y países ricos (además de causales socio-históricas).

Es sencillo -ahí la diferencia-: hay que hacer valer que somos ciudadanos, más no simples espectadores o “eunucos”. Esa es la clave-mensaje para despojar de ingratitud o ceguera a los que pueblan, dirigen y monopolizan la actividad política. Sino, paguemos el precio sin chistar. ¡Vamos!

Finalmente, en la actividad política, o se es Maquiavelo, Fouché, Rousseau, Weber; o simplemente, como dijera Arturo Uslar Pietri -década de los ochenta-, un pendejo….

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