Como los dinosaurios, que ocuparon el planeta en la prehistoria, en la política vernácula existen varios tipos, cuyos nombres son reales, pero en sus definiciones se tomaron ciertas libertades: Los titanosaurus, clase a la que pertenecen los eternos aspirantes que son un verdadero ejemplo de perseverancia. Aquellos que siempre aspiran, pero nadie los aspira. Tras cada contienda, persisten en perseguir el voto de un electorado que se les escapa, se ha acostumbrado a ellos y los daba por descontados. Compiten como nunca para perder como siempre.

Los megalosaurus, que lucen irreconocibles en sus campañas. Como saben que la belleza no es su fuerte y que con la vejez pierden atractivo, se auxilian de la tecnología para perfeccionar sus rasgos y presentar una mejor versión de sí mismos, con tan buenos resultados, que los confunden con sus hijos, salvo por el nombre que calza la imagen. Con esa técnica se corre el riesgo de que los votantes potenciales no marquen sus rostros porque no los reconozcan en las boletas. Los paquicefalosaurios, muy parecidos a los consabidos de cada cuatrienio, pero estos se caracterizan en que para ellos el retiro no existe; entienden que los años les añaden experiencia y que el ejercicio de la política es vitalicio, solo los detiene la sepultura.

Los parasaurolofus, que ni por sus apodos puede saberse de quiénes se trata. No es que han cambiado su aspecto, es que, en lugar de ser miembros destacados de algún espacio en la comunidad (social, económico, empresarial, académico o de servicio), no los conocen ni en sus casas a la hora de almuerzo. Buscan posicionarse en los escaños electivos precisamente para salir del anonimato y subir de nivel, pero no tienen trayectoria en alguna esfera determinada como para convencer al electorado que es cada vez más exigente y necesita un mínimo de exposición pública. También están los apatosaurios, para los que la política es un legado, algunos hasta podrían superar a sus parientes porque, al nombre ya establecido, se unen los métodos modernos y la frescura de la novedad. Ese patronímico puede ser un impulso que les sirva de trampolín para sus carreras, aunque también un lastre por culpas ajenas. Si bien es válido (hasta lógico) que se involucren en las lides partidistas, la marca familiar les sirve como huella indeleble, sea para bien o para mal.

De las especies jurásicas nos liberamos hace millones de años, en cambio, la clase política está lejos de extinguirse o de desaparecer alguna vez, pero, esa es la democracia que nos gastamos y por la que tanto se ha luchado, así que solo queda asumirla y mientras, divertirse con ella.

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