Ante el resultado de la contienda electoral taiwanesa del pasado sábado 13, en la que surge como el nuevo presidente Lai Ching-te, conocido como William Lai, actual vicepresidente que se postuló como candidato por el Partido Democrático Progresista, enemigo de las ideas de unificación, quien se autodenomina como un “pragmático trabajador por la independencia de Taiwán”, no hay dudas del principio de una sola China que más de 180 países reconocen.

Como era de esperar, con su habitual doble moral, el gobierno norteamericano, en la persona de su secretario de Estado, Antony Blinken, se apresuró a felicitar al flamante presidente electo, en lo que China calificó como “violación del principio de una sola China”, el que oficialmente sustenta Washington, en evidente muestra de su hegemonismo e injerencismo, que lo mantiene cada vez más debilitado.

Detrás de Estados Unidos salió Japón, a través de su ministra de Asuntos Exteriores, Kamikawa Yoko, quien en un comunicado felicitó al “independentista” presidente y destaca que Taiwán es un socio extremadamente crucial y amigo importante, con el que comparte valores fundamentales y sus estrechas relaciones económicas e intercambios personales.

El gobierno de Xi Jinping ha calificado a Lai como separatista y lo ha acusado de tener una dudosa integridad moral. Su partido, con los resultados electorales más recientes, garantiza un tercer mandato presidencial, lo cual es inusual. Aunque Lai habla de paz y de diálogo con China, solo recibió el 40.2% de los votos emitidos, lo cual expresa desconfianza de los electores hacia lo que representa. Peor aun, su Partido Democrático Progresista (PDP) ha perdido la mayoría absoluta, al bajar del 57.1% al 40.3% y pasado de 62 diputados a 51 de un total de 113 escaños que componen el Yuan Legislativo. El segundo partido, el Kuomitang, ha subido de 38 a 52 y el Partido Popular de T ha subido de 5 a 8 diputados. Otros dos escaños fueron para independientes alineados con el Kuomitang.

Sea quien fuere el presidente de Taiwán, no podrá escapar a las realidades geopolíticas del mundo en que vivimos, expresadas en el poderoso avance económico y social de la República Popular China, sus 1,400 millones de habitantes y su creciente desarrollo en la nueva arquitectura del poder mundial que se construye. Ante eso, poco significa una isla con menos de 24 millones de habitantes, que ocupa el lugar 21 en el mundo, por el volumen de su PIB, y que históricamente formó parte de China.

Como muestra de las realidades geopolíticas ya apuntadas, Taiwán mantiene relaciones diplomáticas con apenas 12 naciones del resto del mundo luego de la reciente ruptura de Nauru. En el caso de América Latina y el Caribe, solo con Paraguay, Belice, Guatemala y Haití, además de San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía y San Vicente y las Granadinas, mientras que la República Popular China mantiene relaciones diplomáticas con 180 naciones del planeta, además de ocupar un escaño permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Cada cierto tiempo la prensa occidental especula con planes de invasión y ocupación militar de Taiwán, por parte de China, olvidando que sus dirigentes son exponentes de una cultura milenaria caracterizada por su prudencia y que China promueve en la práctica una diplomacia de paz. Por lo que debe quedar claro, sobre todo a los Estados Unidos, con su política de doble moral, a Japón y a los aliados de ambos, que un conflicto guerrerista en la zona solo beneficiaría a quienes necesitan desgastar a China para que no los desplace del papel rector mundial, como ya viene haciendo en numerosos renglones.

China en el 2023 anunció su intención de convertir la provincia de Fujian en una zona de demostración para el desarrollo integrado a través del estrecho de Taiwán. En ese escenario presentó un documento de 21 puntos, emitido conjuntamente por el Comité Central del Partido Comunista de China y el Consejo de Estado, con el objetivo de profundizar el desarrollo integrado a través del estrecho en todos los terrenos y avanzar hacia la reunificación pacífica. Se trata de establecer y garantizar un entorno adecuado para que los taiwaneses estudien, trabajen, inviertan y vivan en Fujian, operando un marco de integración “a través de la logística, el comercio, la educación, el empleo, las costumbres populares, la justicia, la tecnología, la cultura o el ocio”. Son acciones con el propósito de promover la reunificación pacífica y no la búsqueda de la confrontación, así como expandir los intercambios sociales y culturales entre la provincia de Fujian y la región china de Taiwán.

China no se ha dejado, ni se dejará provocar y logrará el objetivo de la reunificación por medios pacíficos, contando, como cuenta, con el respaldo de la comunidad internacional. Ante esta perspectiva, poco importa que el nuevo presidente taiwanés apoye la independencia de la “provincia rebelde”.

Por encima de sus deseos, están las realidades del mundo y la sabiduría del gobierno de la República Popular China. Ese proceso ya ha comenzado. Ratificamos nuestro respaldo al principio de una sola China, como lo ha hecho más de un centenar de naciones.

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