A finales del siglo XVIII la revolución negra de Haití estremeció el sistema de plantación del mundo Atlántico afectando la economía capitalista de la vieja Europa, la revolución francesa y tras los procesos de independencia de la América continental los proyectos políticos de la construcción de las nuevas naciones. De hecho, durante el siglo XIX y gran parte XX la revolución fue demonizada como una revuelta violenta de negros salvajes, al menos hasta la aparición en 1938 de The Black Jacobins, de C.L.R. James, que la reivindicó como la más destacada revolución contra el colonialismo moderno, la esclavitud y el racismo. Por primera vez se cuestionó el orden imperial, aunque, todo este proceso político representó una pesadilla para las sociedades esclavistas del continente americano. Cerca de las dos terceras partes de la inversión extranjera estaba en la producción esclavista de azúcar, añil, café, algodón y cacao. Los esclavizados se impusieron les grands blancs, es decir, los criollos locales y a los afranchis, mulatos libres y propietarios. Su fuerza y su rabia, entre 1793 y 1798, venció al ejército contra revolucionario francés, rechazó la invasión española y derrotó a una expedición británica compuesta por 60.000 soldados.
Lograron la abolición de la esclavitud en Saint Domingue y la Española en 1801 y derrotaron a las tropas napoleónicas que perdieron más de 50 mil hombres. Finalmente, en 1804 se creó el segundo Estado Nación en el continente americano tras los Estados Unidos, 67 años antes que llegase al mismo término Alemania.

Este acontecimiento histórico que dislocó el orden geopolítico Atlántico y cuestionó el orden capitalista imperial unió a todos en la construcción de un relato que hace de Haití, como sostiene, Carlos Jauregui, una colección de historias de horror e imágenes estereotipadas; canibalismo, zombis, magia negra, violencia sexual… Por tanto, la revolución fue descrita, a pesar de su naturaleza, como un evento terrorífico cuyo espíritu que viene del pasado y amenaza el presente y el futuro afecta directamente a la identidad dominicana.

Un relato colonial fruto de este proceso histórico que alimenta un nacionalismo ideologizado y desvirtuador es la leyenda del negro comegente. Un temible asesino en serie de finales del siglo XVIII que afectó el imaginario cultural dominicano. Este homicida puso en jaque a las autoridades con asesinatos y brutales mutilaciones. Se decía que era un brujo que bailaba alrededor de sus víctimas mientras agonizaban, que los desmembraba y que coleccionaba trofeos de sus cuerpos. Los crímenes descritos en los diferentes cuentos de la misma historia son homicidios, incendios, muerte de animales, destrucción de labranzas…etc. Así, desde entonces las autoridades empezaron a asociar crímenes y revolución. Al comienzo la leyenda se mostraba como un síntoma de debilidad de la parte española para defenderse de la invasión. Más tarde el negro fue pluralizado y sus crímenes se dieron por toda la geografía española de la isla y se empezó a suponer que la situación estaba conectada con la revolución y con procesos de resistencia interna y local. A pesar del celo de la Audiencia al final del período colonial por capturarlo la búsqueda resultó infructuosa y las averiguaciones sobre los responsables de los delitos siempre fracasaron.

El relato se mantuvo en el siglo XIX y se refleja en la novela decimonónica. Los Episodios Nacionales, del novelista, cartógrafo, historiador y vicepresidente de la República Casimiro Nemesio de Moya se apoyó en una fuente nueva para potenciar el relato. El testimonio de la mujer, los hijos y la nieta que al parecer habitaban en las cercanías de Puerto Plata. Se trata de una reelaboración literaria costumbrista de documentos históricos y tradiciones orales. La ficción literaria hizo del comegente nuevamente un asesino en serie, en esta ocasión, con nombre propio, Luis Beltrán un mulato atractivo que sabía leer y escribir, pero que viajo al lado francés y aprendió la hechicería vudú de los negros carabalises que lo instruyeron también en el canibalismo. Al igual que el comegente colonial no sustraía dinero ni alhajas, sino que asesinaba personas y desbarataba propiedades. Beltrán dejó de ser el negrito trabajador que sabía leer y escribir y se convirtió en un negro africano comegente. Haití lo despojó de su identidad dominicana, hispana y católica. La influencia bárbara de los descendientes de esclavizados de Saint Domingue lo llevó al vuduismo y la antropofagia. Finalmente, el comegente fue capturado por un labrador conocido que lo llevó a la capital donde fue condenado a la horca.

Dos cosas destacan de esta vieja leyenda para el complejo presente que vivimos con nuestros vecinos. Primero, que el legado del comegente corresponde a la amenaza de su vuelta y esto equivale al regreso de Haití, la mezcla racial y la desvirtuación religiosa. Segundo, que la historia del triunfo del campesino hispánico y católico que salva a la patria se convierte en una narrativa nacionalista y triunfalista anti haitiana sobre la retirada de los invasores en 1805. Un giro que construye una alegoría nacional aferrada al miedo. Si el comegente era un caníbal en cuerpo de hombre, la comunidad haitiana en su conjunto es un cuerpo político que amenaza la nación. Desafortunadamente el nacionalismo extremo dominicano, como evidenciamos a diario en las redes sociales, en el presente se define en ese terror racista y anti haitiano. Tal vez para resolver los graves problemas que nos aquejan haga falta un poco de voluntad para resetear el relato y así encontrar soluciones a los problemas conjuntos que padecemos sino seguiremos ahondando en la distancia. Al fin y al cabo somos una solo isla y la paz siempre es más constructiva. l


Connected Worlds: The Caribbean, Origin of Modern World. “This project has received funding from the European Union´s Horizon 2020 research and innovation programme under the Marie Sklodowska Curie grant agreement Nº 823846.

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