Son muchas las figuras a nivel mundial que han escrito sobre el daño que hace el fanatismo, porque este afecta no solo los afectos cuando alguien lo ejerce, sino que distorsiona la realidad y afianza el irrespeto a decisiones individuales basadas en el derecho que tiene cada ciudadano.

Tanto la RAE, como el Diccionario de la lengua española, definen el fanatismo como: “Apasionamiento exagerado propio del fanático que conduce a la intolerancia” y “Apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas”.

Otro aspecto interesante que pasamos por alto, es cómo se va transformando el cerebro de un fanático. La neurociencia nos explica que este no piensa con la corteza prefrontal, sino con la amígdala, una estructura del cerebro que solo funciona por emociones, que despiertan conductas primitivas que se reflejan en un comportamiento explosivo, en especial en medio de discusiones grupales o puntos de vista contrarios a los que esta persona entiende son la única verdad.

“La persona fanática en extremo vive en una intensidad emocional muy alta; por eso estallan si se los contradice, se ciegan y no perciben a las demás personas en su mismo nivel. Desaparece el rasgo de empatía, y se reduce a los demás a la condición de cosa”, se explica en un artículo titulado “Cómo funciona el cerebro de un fanático”, colgado en la página web https://www.neurocienciasaplicadas.org/.

Traigo este tema a colación, porque siempre he recalcado que no soy política, soy periodista. Y lo reitero esta vez por escrito para que algunos que practican el fanatismo lo entiendan y, créanme, sé que es difícil que puedan asimilarlo porque ya su cerebro está atrofiado.

Yo quisiera, de todo corazón, que cada organización política estuviera repleta de hombres como mi querido profesor, el doctor Domingo Jiménez, en paz esté. Y por qué digo esto, porque sus enseñanzas se basaban en nunca afectar los afectos por política, independientemente de la parcela en donde esté el otro, pero a muchos esto les queda grande, por lo antes expuesto.

Me decía: “Periodista, por pendejadas políticas nunca dejaré que se afecten los afectos de gente que siempre he querido, porque la amistad y el cariño está por encima de todo eso y, si acaso eso cambia, nunca esa amistad y cariño fueron sinceros”.

Cierro esta entrega, invitándoles a que nunca juzguen a nadie por una decisión con la que usted no esté de acuerdo, aunque le manifieste su parecer. Entendamos que respetar la decisión del otro no nos hace pequeños, al contrario… nos engrandece.

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