La palabra democracia viene del griego “demos” de pueblo y “kratus” poder; es decir, es un sistema político y de organización social en el que se les atribuye a los ciudadanos elegir a sus gobernantes para que se encarguen de regir sus destinos, individuales y colectivos. Es otorgarle la soberanía a los súbditos para que decidan de manera directa o indirecta los que serán sus representantes en el Estado. Se espera que los que votaron por ellos lo hacen a plena conciencia y con un nivel de discernimiento tal, que prefirieran unos sobre otros, por sus cualidades y sus conocimientos. A esto se debe que solo puedan hacerlo los mayores de edad, partiendo de que -es de suponerse- sabrán proceder con madurez y sentido común.

En teoría, esa es la intención primigenia, promover la igualdad de oportunidades y que cada individuo tenga el acceso a las alternativas más convenientes, en respeto al principio de elegir y ser elegido.

Ahora bien, en la práctica es otra historia porque, en la escala de criterios para atribuirle a determinado individuo cuotas de poder político, las condiciones para el puesto son irrelevantes y se prefiere al cercano, (para tener un doliente en el Gobierno), que al que tenga la capacidad. Se opta por el menos malo, no por el mejor; por el que pueda favorecer nuestra situación personal, familiar o económica; por el que quiere la mayoría, sin detenernos en analizar los motivos; por el que promete en beneficio particular, por el que encabece las encuestas para no “botar el voto”, sin saber si se comulga con el postulado de un candidato determinado y siquiera advertir cuáles son sus posturas sobre temas de interés nacional.

El traje nos quedó grande, el poder puesto a nuestro alcance lo festinamos con el que nos llena los ojos con lemas huecos de campaña, con sonrisas fingidas, frisadas y falsas. Ese derecho por el que han ofrendado su vida tantos próceres, lo desperdiciamos marcando la cara de quien no conocemos ni sabemos cómo piensa, desde su condición personal como ser humano -en sus roles de padre, esposo o profesional- hasta los principios éticos y los valores con que maneja su conducta, aun antes de incursionar en la política. Es como si nos dieran un papel en blanco para escribir y lo llenemos de garabatos o nos entregaran un arma cargada y nos limitemos a lanzar tiros al aire que van extinguiendo las aves de la libertad; entonces, no es que no se nos permita escoger como en otros tiempos, es que no lo estamos sabiendo hacer bien.

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