El buen desempeño de toda entidad requiere de una estructura organizacional diseñada con sus propias necesidades en que cada individuo responda a las funciones que le correspondan. Se trata, entonces, de regirse por un organigrama creado con base en la formación, experiencia y capacidad de quienes lo integren para llevar a cabo un plan estratégico, en que los puestos superiores los ocupen aquellos que lo merecen, bien por ser los creadores, bien por su talento.

En la escala de ese entramado de objetivos y formas de alcanzarlos existe una jerarquía que debe ser respetada. Por ello, en el plano gubernamental está en la máxima posición un presidente y en línea descendente, un (a) vicepresidente, varios ministros y numerosos directores. En el Poder Judicial, presidido por un magistrado de la Suprema Corte de Justicia que se despliega en un escalafón de jueces de cortes de apelación, juzgados de primera instancia y juzgados de paz.

En las universidades, un rector, vicerrectores para sus respectivas áreas, decanos de las distintas facultades, directores de las carreras profesionales. coordinadores, encargados, profesores, asistentes y secretarios. En organismos descentralizados, vemos al gobernador, vicegobernador (a), consultores, asesores, gerentes, subgerentes, encargados de departamentos, supervisores. Igual, en las sociedades comerciales se encuentran el consejo de directores, el gerente general, los ejecutivos departamentales…

Para el sostenimiento de ese esquema piramidal, en que unos ocupan la cúspide y otros la base, se precisa de la conciencia plena de los de más abajo de que deben obediencia y fidelidad a los que, desde arriba, les dan las instrucciones que están llamados a cumplir, en aras de esa verticalidad que mantiene el proyecto en pie con la debida responsabilidad de los que llevan la delantera. No hay igualdad ni debiera haberla en ese juego de roles en que están los que piensan para que los demás ejecuten; los que tomarán las decisiones que los subalternos están compelidos a acatar. El cuerpo funcionará en la medida en que el cerebro envíe el mensaje certero a los demás miembros sobre cómo actuar, reaccionar o proceder; no es servilismo, es orden. La eficiencia de los dirigentes es la garantía del resto, como función única e indelegable.

Esa línea de grados se respeta hasta en el cielo cuando Dios, como ser supremo, es representado por su discípulo San Pedro que, a su vez, se asiste de ángeles, arcángeles y querubines. Un tren, por más fuerte, moderno y avanzado que sea, funcionará con un experto en la sala de control que lo encarrile en la dirección correcta. No hay pie, sin cabeza, ni ruta sin brújula, si el líder pierde la meta, igual pasará con los que lo sigan.

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