A pesar de la gabela de Don Diego, Juan Carreño recorrió en las artes un camino semejante sin llegar a alcanzar ni la fama ni la fortuna de su predecesor

El mismo año que Juan Carreño de Miranda nació, 1614, el maestro Diego Velázquez de Silva ya tenía 15 años cumplidos y un dominio del dibujo que revelaba el artista que la corte española tendría. Hacía cuatro años que Juan de Pareja, “el esclavo de Velázquez” rodaba por este mundo. Por aquí, en la Nueva España, gobernaba Diego Fernández de Córdoba

A pesar de la gabela de Don Diego, Juan Carreño recorrió en las artes un camino semejante sin llegar a alcanzar ni la fama ni la fortuna de su predecesor y contemporáneo.

Con aspecto de mosquetero cansado y bigote mal afeitado, se ganó la confianza de la corte y le tocó, por mala suerte, retratar a Carlos II niño, a Carlos II joven, a Carlos II con armadura, a Carlos II a caballo, a Carlos II vestido de negro, a Carlos II contento, a Carlos II bravo, a la reina Mariana de Austria, a la condesa Tal y a la duquesa Detal y una retahíla de desastres y caprichos reales que a Goya sacó de quicio, cuando le tocó a él. Pero a ninguno pudo salvar de la feúra a pesar de su completo dominio de las proporciones, formas, color y contrastes de las luces. Por suerte estaban las hijas princesas con sus vestidos enormes que él colgaba sin modelo para, con toda la parsimonia del mundo, terminar los retratos de cuerpo entero, tamaño natural con cada plieguito y costurita del vestido.

Los dos cuadros que lo harían mas conocido, en la posteridad tardía y curiosa, fueron los retratos a un mismo modelo: la niña Eugenia Martínez Vallejo y que le enseñarían a Goya, más de un siglo más tarde con sus dos majas, a mostrar uno de los placeres carnales y visuales mayores para el hombre: ver una mujer vestida y luego desnuda, a lo que Benedetti agregó la oscuridad.
Pero a esa “gordita” de Juan Carreño, no solo le dieron la justa fama por la ejecución de la obra, sino que ellas son la fuente motora de inspiración a grandes pintores: al ruso Boris Kustokiev, a Botero, Lucien Freud, Jenny Saville y tantos otros que hacen hincapié en la talla y el volumen.
Boris Kustodiev logró una magia cargada de un ruralismo exótico poco conocido en la Historia del Arte de Rusia y a mucha distancia de ahí. Un nieto de Sigmund Freud, Lucien, reivindica la condición humana de gentes normales, pero que se le fue la mano con la cuchara. Los “gordos” de Freud nos muestran un mundo poco visto por la vigencia de ciertos criterios de belleza estereotipados. Las “gordas” fueron discriminadas por siglos hasta que Juan Carreño realiza sus magníficas “muñecas” que repercutieron en Kustodiev y en Freud. Jenny Saville es más osada que Lucien y se acerca más a Carreño, con un dominio mayor de la técnica, y una composición en la que resalta la reivindicación de la mujer.

Botero, que menciona al holandés Rubens, como fuente de inspiración, no puede esconder esa influencia de Carreño, lo que no es algo que haya que temer ni negar. Botero infla a sus modelos y no hubo objeto, guitarra, gato, caballo, manzana, que se le salvara. Para algo tenía que servirle viajar por Paris, Madrid, Italia, Holanda y zonas aledañas, n’est pas?

Diferente a una caricatura que exagera sus características pero sin alejarse mucho, Botero toma imágenes conocidas y con ese sello no tenemos que adivinar ni a Picasso, Giacometti, Marulanda, Pablo Escobar, a quien acribilla sobre un techo. Las monjas y arzobispos le desvelan su religiosidad y su admiración por el Cristo crucificado como si fuera un lechón de Navidad.

No se puede esconder que Botero recrea El Renacimiento a su modo y a pesar de la ácida “crítica” que más bien es un mecanismo de un youtuber, mediocrísimo pintor, para ganar vistas en su canal, desde la envidia y formulaciones colonialistas, cuyo nombre, ni siquiera vale la pena mencionar para que la curiosidad no se suma al ejército de ignorantes que lo siguen y lo mantenga vigente.

En Carreño de Miranda se presiente su “compromiso” a la ideología inquisidora en la que el artista, como Goya, queda atrapado.

Y esas “gorditas”, como los aguadores de Velázquez y la adivinadora de De la Tour, son sus expresiones totalmente libres de las que no hizo 500 variantes porque su tiempo viajaba lento y no existía Christie’s ni Sotheby’s, los dos venenos que entusiasmaron a nuestro Botero hasta convertirlo en una “máquina de gordas” que le creó la adición.

Ese mismo veneno es el que ha intentado eliminar el buen arte porque ya los museos no exhiben obras artísticas nuevas, cuelgan artefactos con firmas “famosas” fabricadas por su publicidad en las dos casas de subasta mencionadas. Y han llegado tan lejos que hasta los museos serios se han visto “obligados” a incluirlos para no reflejar un “atraso” o estar fuera de moda, la que pasará y se llevará junto al viento, como la película racista que se fue.

Llegará un momento en que se “desguinde” toda la basura que ha llenado la “contemporaneidad”.
Carreño es contemporáneo a Juan de Pareja. Este escribe:

“…Señor yo Juan de Parexa de oficio pinttor pido a V. E. permisso para hirme en espacio de quatro meses para seguir mis estudios de ptor. juntto con mi hermano Jusepe en madrid donde soy requerido para ello y estando libre y orrº (sic) de toda obligacion…” Al llegar a Madrid trabajó en el taller de Velázquez.

Las obras de Carreño de Miranda, Pareja, Antonio Palomino, Francisco Rizi, como tantos muchos más artistas, volverán a ser admiradas y el Arte retomará su evolución natural libre de los ignorantes mercaderes.

A Carreño se le ve como la sombra del maestro Velázquez y cuando se ve de cerca pareciera que hay dos Velázquez… o, ¿dos Carreños?

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