El síndrome de Estocolmo es un fenómeno psicológico intrigante que ha capturado la atención del mundo durante décadas. Se refiere a una situación en la que una persona que está siendo rehén de otra desarrolla una relación de empatía, simpatía e incluso afecto hacia su captor.

Este síndrome lleva el nombre de un evento que tuvo lugar en Estocolmo, Suecia, en 1973, cuando varios rehenes desarrollaron una conexión emocional con sus secuestradores durante un prolongado período de confinamiento. Desde entonces, el síndrome de Estocolmo ha sido objeto de estudio en psicología y ha sido identificado en numerosos casos de secuestro y abuso, incluso en una de las películas más famosas de Disney: La Bella y la Bestia.

El caso original que dio origen al término ocurrió en un banco en el centro de Estocolmo, donde dos criminales armados tomaron a cuatro personas como rehenes durante seis días. Durante este tiempo, los rehenes experimentaron un trato relativamente benigno por parte de sus captores, quienes incluso llegaron a protegerlos de la policía. Al ser liberados, algunos de los rehenes mostraron una sorprendente lealtad y simpatía hacia los secuestradores, negándose a testificar en su contra e incluso recaudando fondos para pagar su defensa.

Este caso llamó la atención de los psicólogos y generó un interés creciente en el fenómeno subyacente. Desde entonces, se han identificado numerosos casos similares en todo el mundo, lo que ha llevado a una mayor comprensión del síndrome de Estocolmo y sus posibles causas. Una de las teorías más aceptadas sugiere que se desarrolla como un mecanismo de supervivencia psicológica en situaciones de extrema tensión y peligro, según un artículo de 2018 de la revista Clínica y Salud.

Cuando una persona se encuentra en una situación de vida o muerte, su cerebro puede recurrir a estrategias de afrontamiento extremas para mantener la cordura y aumentar las posibilidades de supervivencia. De esta forma, desarrollar una conexión emocional con el captor puede ser una forma de ganar su favor y evitar un daño mayor.

Además, el síndrome de Estocolmo puede ser el resultado de una serie de factores psicológicos y emocionales, como la identificación con el agresor, la negación de la gravedad de la situación y la búsqueda de una sensación de control en un entorno que de otro modo sería abrumador. Los rehenes pueden llegar a ver a sus captores como figuras de autoridad o incluso como protectores, especialmente si experimentan algún acto de bondad por parte de los secuestradores.

Otro aspecto importante del síndrome de Estocolmo, y que explica el psiquiatra Miguel A. Harto, es el papel que juegan las dinámicas de poder en la relación entre el captor y el rehén. Los secuestradores a menudo ejercen un control total sobre la vida y el bienestar de los rehenes, lo que puede crear un desequilibrio de poder significativo en la relación. En respuesta a esta situación de desigualdad, los rehenes pueden sentirse desesperados por ganarse la aprobación y el favor de sus captores, lo que puede llevar al desarrollo del síndrome de Estocolmo.

El síndrome de Estocolmo también ha sido objeto de debate en relación con casos de violencia de género y relaciones abusivas. Algunos investigadores sugieren que las personas que experimentan abuso prolongado pueden desarrollar síntomas similares a los del síndrome de Estocolmo, ya que se sienten atrapadas en una relación desigual de poder y pueden llegar a identificarse con sus agresores como una forma de sobrevivir emocionalmente.

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