Mañana domingo, 18 de febrero, los dominicanos tendrán nuevamente la oportunidad de ejercer un derecho cívico consagrado en la Constitución: el de votar por quienes dirigirán y administrarán las ciudades y pueblos donde viven. Votar no es una obligación sino un derecho y como tal el ciudadano puede usarlo a su discreción.

A despecho de su importancia para la vida democrática, el voto en nuestro país sigue siendo una mercancía y así se le trata, explota y usa en el ambiente partidario y en los circuitos electorales. Infinidad de veces en nuestro historial democrático, el ascenso al poder de un grupo, en desmedro de otro, ha descansado en su capacidad para adquirir más votos, muchos de los cuales se entregan a cambio de un mendrugo de pan, un pica pollo o 500 pesos.

Con el tiempo, muchos dominicanos han ido adquiriendo plena conciencia del real valor de ese pequeño pero gigantesco poder que ese voto significa, pero el pase de dinero sucio, mal habido o proveniente de un mal uso del presupuesto de la República en nuestras campañas electorales, ha contaminado la esencia y el valor intrínseco de ese pequeño pedazo de papel en colores que depositamos en las urnas.

Por mucho tiempo se hizo necesario votar por cualquier candidato para fortalecer el voto como eficaz e idóneo instrumento de construcción de democracia política. Pero ha llegado el tiempo en que ese voto adquiera el verdadero valor que posee. Y ese valor solo puede dárselo cada uno de los electores, votando con plena conciencia de lo que hace. Mi aspiración en víspera de las elecciones municipales es que cada ciudadano piense bien por quién votará, porque de ello dependen asuntos muchos más valiosos que las posiciones que estarán mañana en juego.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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