Probablemente la mayoría de las personas hemos caído en el “es que yo soy así”, esa excusa disfrazada con la que solemos pensar podremos justificar cualquier acción que bien sabemos no es correcta.

Lo peor no es eso, sino que muchas veces las personas que la escuchan lo aceptan como si de una verdad absoluta se tratara.

Escudándonos en esta afirmación, si nos molestamos y gritamos, decir “yo soy así” hará que los demás justifiquen nuestro comportamiento diciendo que tal vez “es una persona muy impulsiva».

El uso de esta tan escueta combinación de palabras, esconde detrás la creencia de que ser de determinada manera es inamovible, que no podemos cambiar y que los demás nos tienen que aguantar porque “somos así”. 

¡Pues les tengo una noticia! Nuestra personalidad o la manera en la que actuamos en ciertas situaciones y cómo nos relacionamos con el entorno cambia a lo largo del tiempo y podemos modificarla a voluntad.

No somos ni pensamos igual a cuando teníamos 15, nuestros gustos ya no son los mismos y la forma de ver las cosas menos, si eso cambia, eventualmente lo hace la forma de reaccionar a todo.

Lo que pasa es, y hablo aquí desde mi propia experiencia, que nos enamoramos de ciertos aspectos de nuestra personalidad y nos negamos a cambiarlos, aun cuando hacen daño a otros, incluso a nosotros mismos.

Me recuerda a cuando decidí que siempre diría la verdad, convenciéndome a mi misma de que era mejor una verdad directa que lastimara, a una mentira que eventualmente seria descubierta.

 La cosa es que empecé a enamorarme de mi sinceridad porque me permitía incluso disfrazar ofensas y cuando inevitablemente la otra persona lo captaba, yo podía simplemente decir “es que soy así de sincera y directa”, como si eso depositara en mi un derecho especial para ofender.

Me aferraba a esa y otras actitudes que me mantenían a salvo de otras cosas, porque me hacían ver fuerte, me negaba a cambiarlas y el “yo soy así”, no salía de mi boca.


¡Pero claro! Es que ese es el camino fácil, porque cambiar requiere un esfuerzo tremendo y es muchas veces más fácil mantener las mismas rutinas.

Además, nos negamos a reflexionar sobre si este cambio nos puede hacer mejorar nuestra vida y la de las personas que nos rodean, porque créanme, con esto   encontramos la motivación para esforzarnos.

Parece que nos dan igual las consecuencias de nuestras conductas porque “yo soy así”. Y no, tan frasecita no es más que una excusa para no esforzarnos en cambiar, un cambio justo y necesarios.

Probablemente la mayoría de las personas hemos caído en el “es que yo soy así”, esa excusa disfrazada con la que solemos pensar podremos justificar cualquier acción que bien sabemos no es correcta.

Lo peor no es eso, sino que muchas veces las personas que la escuchan lo aceptan como si de una verdad absoluta se tratara.

Escudándonos en esta afirmación, si nos molestamos y gritamos, decir “yo soy así” hará que los demás justifiquen nuestro comportamiento diciendo que tal vez “es una persona muy impulsiva».

El uso de esta tan escueta combinación de palabras, esconde detrás la creencia de que ser de determinada manera es inamovible, que no podemos cambiar y que los demás nos tienen que aguantar porque “somos así”. 

¡Pues les tengo una noticia! Nuestra personalidad o la manera en la que actuamos en ciertas situaciones y cómo nos relacionamos con el entorno cambia a lo largo del tiempo y podemos modificarla a voluntad.

No somos ni pensamos igual a cuando teníamos 15, nuestros gustos ya no son los mismos y la forma de ver las cosas menos, si eso cambia, eventualmente lo hace la forma de reaccionar a todo.

Lo que pasa es, y hablo aquí desde mi propia experiencia, que nos enamoramos de ciertos aspectos de nuestra personalidad y nos negamos a cambiarlos, aun cuando hacen daño a otros, incluso a nosotros mismos.

Me recuerda a cuando decidí que siempre diría la verdad, convenciéndome a mi misma de que era mejor una verdad directa que lastimara, a una mentira que eventualmente seria descubierta.

 La cosa es que empecé a enamorarme de mi sinceridad porque me permitía incluso disfrazar ofensas y cuando inevitablemente la otra persona lo captaba, yo podía simplemente decir “es que soy así de sincera y directa”, como si eso depositara en mi un derecho especial para ofender.

Me aferraba a esa y otras actitudes que me mantenían a salvo de otras cosas, porque me hacían ver fuerte, me negaba a cambiarlas y el “yo soy así”, no salía de mi boca.


¡Pero claro! Es que ese es el camino fácil, porque cambiar requiere un esfuerzo tremendo y es muchas veces más fácil mantener las mismas rutinas.

Además, nos negamos a reflexionar sobre si este cambio nos puede hacer mejorar nuestra vida y la de las personas que nos rodean, porque créanme, con esto   encontramos la motivación para esforzarnos.

Parece que nos dan igual las consecuencias de nuestras conductas porque “yo soy así”. Y no, tan frasecita no es más que una excusa para no esforzarnos en cambiar, un cambio justo y necesarios.

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