Los dominicanos, perdonen la generalización, darían cualquier cosa por un cargo público; su salud y tranquilidad hogareña incluidas. Conozco un empresario que padeció semanas de un fuerte dolor de cabeza porque no había recibido diez años atrás, como otros de sus colegas, una invitación para una cena navideña en el Palacio Nacional a un costo de medio millón de pesos, para la cual ya se había dotado de catalejos para poder ver la mesa presidencial por si se repetía la experiencia anterior cuando fue colocado en un lejano pasillo desde donde no se alcanzaba ver al presidente.

Balaguer solía designar en posiciones técnicas a personas sin el debido conocimiento de los asuntos relacionados con el cargo y casi siempre se las aceptaban. Lo que importa es estar arriba, aunque implique un sacrificio. Nos gusta sabernos importantes, con chofer y guardaespaldas, a sabiendas muchas veces de que son los lleva y trae. El desempeño de un alto cargo público implica la posibilidad, casi segura, de quedar expuestos a vejámenes y alusiones insidiosas cuando algo no funciona, ya del Águila desde la altura donde vuela y no le alcanzan las maldiciones a sus decisiones, o de aquellos que en las redes dejan verter sus miserias interiores.

Gente que tiene de qué vivir mendiga posiciones y renuncia incluso a la tranquilidad del trabajo y del hogar, en la creencia de que la fama y el reconocimiento vienen con un puesto. Y la admiración que genera una silla importante en la administración, en el Congreso o la municipalidad, fomenta y abre resquicios al ingreso de dinero sucio en las campañas, y hace posible un gasto electoral hasta cuatro veces lo que se ganaría en un periodo en la posición alcanzada.

Y esa debilidad nacional por estar arriba, cueste lo que costare, es lo que nos ha hecho tan difícil el tránsito hacia una democracia real de auténtico valor social.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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