La experiencia debe enseñarle al presidente Luis Abinader que su esfuerzo por atraer la atención de la comunidad internacional, que en el caso la componen Estados Unidos, Canadá y Francia, para resolver el caos en Haití, no ha encontrado ni encontrará eco por una razón sencilla: el estado vecino no es una prioridad, como nosotros tampoco, en la difícil situación que el mundo vive.

Como en ningún otro momento desde la Segunda Guerra Mundial, la humanidad había estado al borde de un holocausto como ahora, a causa del conflicto provocado por la brutal invasión rusa de Ucrania. Ni siquiera las angustias vividas durante la crisis de octubre de 1962, cuando la entonces Unión Soviética colocó misiles nucleares en Cuba, a 90 millas de la costa este de Estados Unidos, pueden compararse a las que hoy sobrecogen al mundo, por la crisis económica global generada por esa guerra y la amenaza de una confrontación entre Washington y Beijing a causa de Taiwán.

La verdad es que su preocupación por la situación haitiana, no es prioridad de la comunidad internacional, debido al poco efecto de un eventual choque entre dos países que no juegan roles estelares en ese escenario. Además, Abinader debería considerar que una intervención de esas naciones en Haití, atendiendo a su insistente llamado, involucraría al país en una fórmula temida por muchos, contenida en el proyecto de ley que él retiró “temporalmente” a causa de la indignación generada en el más amplio espectro de la vida política nacional.

Por esa razón, el Presidente debería olvidarse de su empeño y dedicar todo su esfuerzo en detener una inmigración ilegal que nos arropa y destruye económica, social y culturalmente.

Haití es responsabilidad de los haitianos, no de la comunidad internacional y menos de la República Dominicana para estar abogando a su favor. Lo que sí es problema nuestro es la inmigración ilegal que crece a diario.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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