Los libros que uno lee en su infancia y juventud le marcan a uno para siempre por la enorme receptividad que se tiene a esas edades. Por eso no hay que dejar pasar el tiempo, hay que leer, pues si no se queda uno huérfano de la progenitura de los libros.

En su Cuento de Navidad, Juan Bosch habla con un excelente dominio del proceso religioso. Pero la parte que más me conmovió fue la narrativa del capítulo V. Favor leer al paso y después con sus hijos.

“Y al norte de ese río un país que los hombres llamaban Estados Unidos de América; y allí caía la nieve. Al sur había otro país; se llamaba México…En la frontera de ambos había una niño que lloraba; era de México; no tenía madre y vivía con su abuela y su padre en una choza de barro. Lloraba porque no tenía juguetes con que celebrar la Navidad de Jesús…”.

“El Señor Dios no podía comprenderlo y se sentía abrumado por aquel llanto de ese niño, ¡Nicolás, por ahí hay un niño que llora a causa de que no tiene juguetes esta noche!… gritó Papá Dios, Don Nicolás, a quien la gente llamaba Santa Claus o Papá Noel, oyó al señor Dios y juntó las manos sobre la boca para responder, lo más que pudo; lo sé, Señor pero no está en mis tierras, sino en la de los Reyes…”.

“¿Y a mí qué me importa que esté en tierra de los Reyes? Yo no fijé fronteras como han hecho los hombres, y ese niño está cerca de donde tú te hallas ¡Ponle remedio a eso antes de que me enoje! Recalcó Papá Dios…”

Santa Claus no perdió tiempo en informar: “Hay un niño llorando cerca de aquí, Rey Baltasar, en la frontera con México, y el señor Dios dice que es porque no tiene juguetes. Y me pidió que arreglara eso…”!

“ ….. Tuvimos que racionar las entregas este año a causa de la última guerra, decía Baltasar…… ¡No quiero explicaciones, quiero soluciones! ¡Si ese niño sigue llorando voy a hacer un escarmiento ejemplar con todos ustedes, con los Reyes y con don Nicolás! ¡Ya lo saben! Tronó Papa Dios…”.

“Para Santa Claus la situación no era tan fácil. Pues pasaba ya de medianoche y él había repartido todos los juguetes que había tenido, Volvía de retorno a su hogar cuando oyó hablar al Señor Dios…”.

En verdad, el momento no era agradable. Santa Claus pensaba, con razón, “Yo no puedo meterme a escondidas en la casa de un niño para llevarme alguno de sus juguetes; eso sería un robo”.

La única solución fue, “cuando vio una casa abierta y a un matrimonio de mediana edad charlando adentro… Buenas noches, señores… dijo Santa Claus. Vengo en busca de algún juguete, aunque sea usado, para un niño que se ha quedado sin ellos”… Aquí hay algunos de un sobrino nuestro que no ha venido a buscarlos… dijo una señora. Están bajo el árbol de Navidad. Santa escogió un pequeño automóvil, se despidió de prisa y salió más de prisa aún.

Los Reyes Magos también por resolver el problema y acatar la orden de Papá Dios, pasaron los mismos apuros que el viejo Santa Claus. “Los Reyes se encontraron con un viejo que cargaba un saco, y dentro había un juguete, un caballito de madera que arrastraba tras sí una diminuta carreta”.

El semblante de ese niño cambió, y en su rostro se notaba la alegría, al darse cuenta que Santa Claus y los Reyes Magos se acordaron de él, y así pudo celebrar la Navidad de Jesús.

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