Nuestro Mons. Ramón Benito de la Rosa y Carpio en una ocasión nos entrega un artículo en el Listín Diario de fecha 8 de noviembre del 2018 titulado “Le pagan por sonreír”. Son de esos trabajos que me llenan el alma. Nos dice en su escrito lo siguiente:

Fui testigo de alguien que le preguntó a otro: -“¿A ese joven que está ahí le pagan para sonreír? Porque yo he visto que aquí también, no solo él, sino todos, sonríen”. El que estaba ahí, un poco conocedor del pueblo dominicano, le dijo: “No, a él no le pagan para sonreír, es que él es así, todos los dominicanos sonríen y presentan ese signo de amabilidad y de alegría”. Una hermosa definición de una de las cualidades de los dominicanos: todos los dominicanos sonríen, porque somos así y para los demás; pueden pensar que somos pagados por eso. Termina la cita.

A nadie que no fuera filósofo, francés y judío se le ocurriría escribir un tratado sobre la risa, explica Henry Bergson en su libro sobre la risa, nos dice dicho autor que la misma nace del discreto escándalo que producen en el ánimo las expresiones torpes, desmañadas, deformes o ridículas.

En definitiva, la risa es un desahogo de la inteligencia en estado puro sin mezcla de emociones.

Recuerdo que don Freddy Beras Goico tenía una columna en el periódico el Siglo, y las cosas del comediante lo que nos provocaba risa.

La columna del comediante tenía girones del alma pues él sumaba sus pasiones diarias a sus convicciones personales, y ahí está la clave para el que escribe.

Él escribió anécdotas que él mismo vivió como persona de todos conocidas.

Tengo en mis archivos también uno de esos trabajos de don Freddy y se me ocurre compartirlos con mis lectores.

Cito. En una ocasión le tocó trabajar en el Teatro América en Cuba, cada artista tenía 15 minutos, y antes de Freddy salir a escena, uno de los ejecutivos le dijo, aquí en Cuba está prohibido hacer cuentos de maricones, porque en la Revolución no hay maricones, él le dijo ¿Que en la Revolución no hay maricones?

El hombre decidió jugársela y cuando salió a escena inició sus cuentos, había una vez un maricón y el teatro temblaba. La gente daba golpes en el piso, se reían y no lo dejaban salir de escena.

Y después de varios cuentos con esa tónica. Se le ocurrió decir:

Señores a mí me prohibieron hacer estos cuentos porque en la revolución no hay maricones, los aplausos fueron aun más, y sus amigos nerviosos detrás del escenario por los chistes.

Termina diciendo nuestro monseñor Ramón Benito de la Rosa y Carpio lo siguiente: Que los dominicanos a pesar de los problemas no perdamos la sonrisa, es algo gratuito, a nosotros no nos pagan para sonreír, somos así.

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