Vásquez Lajara murió en el 36 y su esposa en el 41. Ambos reposan en la Parroquia San Rafael de Tamboril

En una mañana del mes de junio del año 2022, el Presidente, en chacabana blanca, lentes oscuros iguales a los de su seguridad; sonrisa fácil como del que vuelve al pueblo natal de su padre, gestos de persona educada que saluda a conocidos, admiradores y futuros votantes, recibió, de Manuel Estrella, todos los detalles para reconstruir la casona del expresidente (1924-1930) Felipe Horacio Vásquez Lajara (22 octubre 1860-25 marzo 1936) que alojará su museo. La casona, al principio con el número 101 de la Calle Real y luego 97, fue construida inicialmente antes del 1930 en unos terrenos de 1,964 tareas que llegaban hasta las lomas de la Septentrional y que don Horacio adquirió en 1907 por la suma de $4 mil pesos, cuando residía en la Calle del Sol, acera sur del segundo Cuartel, según la división de Pedro Batista del Santiago de principios de siglo (s. XX, entre las calles Unión y de las Piedras).

Las hermanas Ilse e Hilda, sobrinas del Presidente Vásquez, relataron que cuando su tío vivía en Las Mercedes, Santo Domingo, y al final de su prolongado y controvertido mandato, “…enfermo, casi no podía caminar, estaba operado de los riñones y apenas recibía visitas, en lo que le preparaban la casa de Tamboril…”

Vásquez Lajara murió en el 36 y su esposa en el 41y ambos reposan en la Parroquia San Rafael de Tamboril por deseos testimoniales. Luego fue ocupada por su hija adoptiva (en realidad su sobrina) Edilia Antonia –Toñita- de Moya. Los dos hijos del Presidente y la poetisa vegana María de los Ángeles Trinidad de Moya Pérez (Trina), fruto de su matrimonio de 1887 o 1888, murieron a temprana edad. El primero “…murió antes de los nueve meses pues doña Trina se asustó cuando cayó cerca un rayo…” El segundo, dos días después de nacer. Cuando Toñita casó en 1952 con el Dr. Felipe Durán, se mudaron a la capital por compromisos políticos.

A partir de ahí la casona inició un período de abandono y deterioro progresivo que, al final, la carcoma y la intemperie, la convirtieron en un misterio que cualquier estornudo derrumbaba.
A nadie le interesaba la casona en ruinas que ya había sido donada a La Iglesia. Desde hace más de 20 años hemos insistido con el Ministerio de Cultura, con la Regional de Santiago, con el Ayuntamiento de Tamboril, sin resultados agradables hasta ese junio iluminado por medio Sol.

Pero aun así la casa se mantuvo de pie, lo que no ocurrió con la suya propia de Moca, la que Luciano Rodríguez compró, y al poco tiempo derrumbó delante de todos los mocanos sin que nadie dijera ni JI, como lo contó el capataz Alejandro Taveras. ¿Sería que a la de Tamboril nadie se atrevía a ponerle la mano sabiendo que Roselio Guzmán, más horacista que el mismo Horacio, le tenía “tirao un ojo” ayudado por Marcelino Reyes, que de tanto cuidarla se convirtió en su capataz? Tamboril lo hizo suyo y ya nadie se lo quita, a pesar de todas las críticas de su hijo más insigne: Tomás Hernández Franco.

En el año 2018 se apareció Don José Rafael Abinader con una alegría merenguera, su hijo Luis y un busto a cuesta del educador puertorriqueño Eugenio María de Hostos como si pretendiera que este resolviera todas las lagunas existentes en las escuelas y sanara la moralidad, maltrecha, de la familia dominicana. Y la colocó justo frente a la casona, como si con ello se comprometiera a reconstruirla, con la ayuda del mismo Hostos. Ofreció crear un museo y centro cultural donde el cigarro y la vida pública del expresidente, fueran los protagonistas.

Esa mañana calurosa de junio, el Presidente, como una continuidad de su padre, delegó en Manuel Estrella la remodelación que culminó exitosamente en enero 2023. El equipo formado por Manuel contaba con el concurso de profesionales locales: los ingenieros Víctor Polanco, Carlos Peralta y Alix Lampole. También José Mercader y la arquitecta Leticia Disla. Desde Santo Domingo, representando al gobierno, el Lic. Carlos Guzmán, y de la Dirección de Museos del Ministerio de Cultura, el Lic. Carlos Andújar.

En el terreno actuó como cabeza del equipo de carpinteros el ebanista y karateca Valenzuela, Fausto, Iván, Audy y José el “Pito”. La pintura fue obra de “El Gogui” y su ayudante Sterling. En la cerámica del baño, la terraza y la galería, el maestro Bolívar. Ayudantes “utilities”: Taveras, Modesto, “Quibién” y “Pulín”. El piso quedó tan perfecto que ya los muchachos de la cancha, en downtown Tamboril, detrás del Súper Campeón, quieren uno igualito, con techo y gradería.

Al final, mes de febrero, la casa luce resplandeciente como si en ella viviera el propio Horacio resucitado, con el entusiasmo del buen trabajo realizado, aunque solo se reencontrara con la bañera, única pieza que quedó. Con ella no tendría tanta nostalgia puesto que sus baños eran naturales, en una poza detrás de su quinta, como lo cuenta Mario Espinal, joven de vieja data, quien asegura que lo ayudaba el chofer del Cadillac presidencial de 1925, un Cuso de 29, quien luego fungió como conductor del camión del Ayuntamiento y que murió en 1990 a los 86 años, como me lo confirma Pedro Jorge Amaro.

El río, con agua permanente, clara y abundante, fue un atractivo para que el General recibiera la visita de Teresa y Claudina de Moya, María Grieser, don José del Carmen Ariza y Brinda Ariza, que había sido su secretaria y algunos que otros camuflados, enviados por Trujillo para asegurarse que “el viejo” no volviera a fuñir la paciencia en política.

Allí se daban cita los rabuses de Santiago Mainardi Martínez, los Perozo, y otros horacistas que hubiesen querido más salud y juventud al Presidente Vásquez para que continuara gobernando eternamente y luciendo su autoridad en su brioso caballo blanco, “Generalísimo”, cual un Napoleón moderno.

A pesar de la ruptura con su vicepresidente Velásquez, sus parientes, Gracita y su esposo Bautista Veras (Tita) y sus hijas Luz y Estela, cuyas bellezas no encontraron correspondencia, siguieron visitándolo dada su cercanía. Ellas vivían en la esquina de la vía del tren de Lilis con El Jobo o Callejón de las Jiménez a un par de kilómetros, a cinco minutos en tren y media hora a pie.

Ahora mismo la primera etapa del proyecto de la casa está lista. El terreno limpio como lo comprobaron Carlos Guzmán, Carlos Andújar, Samuel Pereyra y otras autoridades gubernamentales.

Para la segunda etapa hemos consensuado con Carlos Andújar la necesidad de construir el Museo del Cigarro que funcionaría como centro cultural en el espacio vecino donde actualmente existe la ferretería de Francisco y el taller de motores de “El Bobo” que ya han sido adquiridos y que una vez demolido sería el complemento del Museo de Horacio, con espacios para el Museo del Cigarro, el personal, baños, auditórium, cuarto de limpieza, cuarto del vigilante, sala del material digital informativo con la asesoría del Archivo General de la Nación, jardinería, área de parqueo, ágora natural, empalme del frente con el parquecito, verjas, cafetería y otros detalles cuyo costo debe establecerse para su realización.

Tamboril ya se siente orgulloso de este proyecto que será de gran provecho para sus estudiantes y la población toda, en el fortalecimiento de sus conocimientos de Historia y de su identidad.

Con la realización de este museo, se contempla la ruta al visitante que empieza en las instalaciones de la casona con su museografía explicativa y pedagógica sobre el período que abarca la muerte de Ulises Heureaux hasta la llegada de Trujillo al poder, en el que el General Horacio Vásquez tuvo una participación destacada.

El segundo paso de esta ruta sería la parroquia San Rafael a unos 500 metros de distancia, donde reposan los restos del Presidente y su esposa doña Trina de Moya. El tercer eslabón sería la estación de tren donde se recrearía el funcionamiento del Ferrocarril Central Dominicano, clave para el desarrollo de este municipio.

Tanto de la museografía de la casa como de la arquitectura del centro cultural y/o Museo del Cigarro hemos hecho propuestas específicas y detalladas de acuerdo al sentir de personas ligadas a la cultura de Tamboril y de sus principales empresarios del tabaco.

Se contempla el funcionamiento de la cafetería con una entrada independiente del resto, de manera que sirva de lugar de encuentro de amigos, espacio de fumadores y hasta para reuniones informales. La casa está lista, reiteramos, pero no abierta al público hasta que no se termine la segunda etapa.

La casona de Montecristi o Villa Emilia, del expresidente Juan Isidro Jimenes (con S), aliado y rival político de Horacio, presenta un nivel de deterioro similar y requeriría el mismo esfuerzo de rescate y conversión en museo. De esto hablaremos en una próxima entrega.

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