La cultura universal, aunque tenga sellos locales, es patrimonio de la humanidad toda. No es de China ni de Japón, como la plena. Que, aunque venga del barrio de San Antón, es de todos y todas.

Desde siempre, pero aún más desde la ll Guerra Mundial, el manto de acero que nos separaba de oriente, se multiplicó dejándonos en la creencia de la vida campestre con babushka y el atraso atroz de bárbaros con cola de clineja peleándose a palos en un Kung Fu interminable.

La acusación esencial y el mensaje de los “críticos” era que ellos no podían hacer los tollos y disparates que se les ocurriera como a los pupilos del Congress for Cultural Freedom, Pollock, Rothco, De Kooning y Motherwell, so pena de pasar por el paredón de fusilamiento pincel en mano. Ya, miles de años atrás, los chinos hacían los chorros de Pollock, pero con la inteligencia de la creación del lenguaje. Los rusos siguieron con su academia preocupados por hacer arte de la misma manera que los artistas norteamericanos que se negaron al juego de esa institución que tenía por misión influir en el público a favor del sistema político occidental, nada que ver con arte, pero sí de una propaganda que ha construido, en la Historia del Arte, un enorme paréntesis. La burla al llamado Realismo Socialista, que era lo mismo que hacían y hacen en Estados Unidos Edward Hopper, Andrew Wyeth, Goodman, Chuck Close, Jenny Seville y muchos otros, no ha podido impedir el avance del arte en su vertiente normal y al margen de las casas de subastas tanto en Estados Unidos, Rusia, echando a un lado el “arte contemporáneo”.

El Hermitage, que era el Palacio de los Tzares, de un lujo exagerado, como son los palacios, alojó toda la riqueza pictórica recogida en colecciones desde Catalina la Grande hasta todas aquellas dispersas por el privilegio de propiedades de dudoso origen. Hoy pueden admirarse en este palacio kilométrico que requiere de varios días para poder asimilar tanta belleza y creatividad lo que ningún bloqueo, ni sanción, podrá impedir.

Los cuadros que no son rusos, fueron comprados legalmente. No puede compararse esta adquisición al robo de los nazis alemanes ,con Goring al mando, cuando ocuparon, en 1940, a Paris. No robaron más porque los escondieron en cuevas y otros lugares secretos, aunque de ser por Petain, se los hubiese dado todos. Esa adulación de “colabó” le costó caro gracias a De Gaulle.

Gracias a los rusos, verdaderos triunfadores de la ll Guerra Mundial, esos trabajos fueron devueltos a sus museos correspondientes como aprendí en unos cursos políticos en el barrio de Pueblo Nuevo en época en que Juancito López e Isidro el Patú saltaban patios “juyéndole” a la policía “chivateaos” por Víctor, un infiltrao. En esa comparación se quiso confundir el aprecio y cuidado al arte de forma tal que se nos hace difícil saber algunos datos que desmitifican las leyendas elaboradas por esos intelectuales vendidos que llenaron miles de páginas de revistas “culturales”.

Aparte de las grandes colecciones de clásicos adquiridas mediante compra directa en Europa, existen colecciones de la pintura moderna comprada con dinero del Estado, muy diferente a muchas de las obras del Louvre, obtenidas mediante el saqueo en aquellas campañas de invasión a pueblos más débiles que realizaba Napoleón, “avec ses cents soldats”.

De acuerdo a esas “críticas”, ¿quién pudiera imaginarse que existe, en el mismo Hermitage, una sección más grande que el mismo Musée d’Orsay con la “danza” de Matisse. ¡¿Cómo?! y varios Matisse más. Repitan con Robert Ripley: “Believe or not”. La serie de Picasso es más importante que lo que nadie se imagina, la que incluye un retrato de Marie Therese, “woman with orange beret”, varios Gauguin, unos cuantos Van Gogh, Monet, Renoir, Degas Magritte, Edward Munch, Klimt…

Pero, ¿quién se puede imaginar que esos rusos “interesados y preocupados por esclavizar al mundo, ateos y disosiadores” puedan tener “el aguador” de Velázquez y “el reloj nocturno” de Rembrandt, o el “concierto” de Vermeer, “woman with a mirror” de Tiziano, el “retrato de Laura Battiferri de Bronzino, sin contar con las obras de William Bouguereau, Lionardo da Vinci, Caravaggio, Breugher, Raphael, Boticelli, y Michelangelo.

Esto es para hacer referencia a las grandes obras del mismo Occidente que ellos se interesaron en adquirir y exhibir para el goce espiritual, fortalecimiento cultura de su gente y de quien sea que venga de donde venga.

Ahora bien, la cantidad de artistas y obras de ellos mismos es para ponerse loco. Tanto los clásicos como los impresionistas, modernos o los contemporáneos, no tienen absolutamente nada que envidiarle a los que conocemos en este otro lado del mundo. El impresionismo francés, que es el único que se conoce, es una “caballaíta” al lado de los impresionistas rusos. Bueno, ya nadie me salva de Alcatraz.

Hay que destacar la presencia del pintor Ilya Repin, maestro de maestros. ¿Tiene algún museo occidental alguna de sus obras? Eso sería propaganda a favor de los rusos.

¿Pero hay o no hay libertad? Existe un cuadrito de Malevich, “Black Square”, todo de negro, que es una copia exacta del que pintó Alphonse Allais y que el hizo de relajo con el título “combat de negres dans une cave pendan la nuit”, o “pelea de negros en una cueva a media noche”. Si eso no es libertad, que llamen a Lamarque.

Es muy notable el “sunrise” de Georgia O’Keeffe de 1916 y exquisiteces como “after bathing” de Joaquín Sorolla no faltan.

El Hermitage, “con to’ y ser desconocio y depotricao por las malaj lenguas” de los chismosos de la Guerra Fría, le da “cincuenta patá” al Louvre, Al Prado, a la National Gallery de Washington y cualquier MoMa que aparezca.

Con la guerra de Ucrania, aumentará el prejuicio hacia el arte ruso. Otra guerra que se hace en territorios lejanos, bien lejos, de quienes fabrican las armas y que les dan beneficio. Solo dejan muertes y destrucción, pero allá.

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